Page 280 - El cazador de sueños
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           El inimitable Gary Jones retira la lona de la motonieve, ve la batería en la mesa de
           trabajo,  dentro  de  una  caja  de  cartón,  y  la  conecta  procurando  no  equivocarse  de

           cables.  Sus  conocimientos  de  mecánica  no  van  mucho  más  lejos,  puesto  que  en
           definitiva es profesor de historia y, por mejoras en el hogar, entiende conseguir que
           los críos vean un documental, aunque sólo sea muy de vez en cuando. Está puesta la

           llave, y al girarla se encienden las luces del salpicadero (a pesar de todo, ha puesto
           bien la batería), pero no arranca el motor. Ni siquiera hace ruido. Sólo se oye una

           especie de pitido.
               —Jolines rediez mecachis en la mar —dice, encadenando las palabras de manera
           inexpresiva.
               De hecho no está seguro de poder expresar muchas emociones, aunque quiera.

           Como gran aficionado a las pelis de terror, que ha visto veintipico veces La invasión
           de los ladrones de cuerpos (y hasta el desastre de remake con Donald Sutherland),

           sabe qué ocurre. Le han robado el cuerpo, literal y completamente, aunque no vaya a
           haber ningún ejército de zombis, ni vayan a tomar ninguna población. Él es único;
           intuye que Pete, Henry y Beav también son únicos (en el caso de Beav, era), pero el
           más único de los cuatro es él. En principio estaría mal dicho, puesto que se supone

           que único quiere decir que sólo hay uno, pero se trata de uno de los pocos casos en
           que  no  se  aplica  la  regla.  Pete  y  Beaver  eran  únicos,  Henry  aún  más  único,  y  él,

           Jonesy, el más único de todos. ¡Hasta es protagonista de su propia película!
               El  tío  gris  de  la  cama  de  hospital  deja  de  mirar  la  tele  donde  Jonesy  I  está
           montado en el Arctic Cat y se fija en la silla donde está sentado Jonesy II con su bata
           empapada de sangre. «¿Qué escondes?», pregunta el señor Gray.

               —Nada.
               «¿Por qué ves una pared de ladrillo? ¿Qué es 19 aparte de un número primo?

           ¿Quién  dijo  "los  Tigers  son  una  puta  mierda"?  ¿Qué  significa?  ¿Y  la  pared  de
           ladrillo? ¿Qué es? ¿De cuándo? ¿Qué significa, y por qué la ves constantemente?»
               Constata la intromisión del señor Gray, pero de momento, como mínimo, hay un

           núcleo  a  salvo.  Le  pueden  transportar,  pero  no  pueden  modificarle.  Por  lo  visto
           tampoco pueden abrirle del todo. Al menos de momento.
               Jonesy se pone un dedo en los labios y le devuelve al gris sus propias palabras.

               —Calle y mire la película.
               La cosa le escruta con las bolas negras que tiene por ojos (Jonesy piensa que son
           ojos de insecto, de mantis religiosa), y Jonesy siente que su intromisión se prolonga

           un poco más. Después disminuye la sensación. No hay prisa: tarde o temprano, la
           cosa  disolverá  el  caparazón  del  último  núcleo  de  Jonesy  puro  y  sin  invadir,  y
           entonces sabrá cuanto quiera saber.



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