Page 277 - El cazador de sueños
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El ser gris mira a Jonesy sin pestañear. Jonesy, de hecho, no ve que pueda, porque
           no tiene párpados ni pestañas.
               «Ni lo uno ni lo otro —dice la cosa; pero la voz que oye Jonesy es la de Pete—.

           ¿Quién es Duddits?»
               Oyendo la voz de Pete, Jonesy se lleva una sorpresa tan grande que está a punto
           de decírselo. Claro, era la intención: descolocarle. La cosa, por muy moribunda que

           esté, es astuta. Conviene estar en guardia. Jonesy le envía al tío gris la imagen de una
           vaca grande marrón con un letrero al cuello que pone: LA VACA DUDDITS.
               El  gris  vuelve  a  sonreír  sin  sonreír  de  verdad,  porque  lo  hace  en  la  cabeza  de

           Jonesy.
               «La vaca Duddits —dice—. Me parece que no es eso.»
               —¿De dónde venís? —pregunta Jonesy.

               «Del planeta X. Venimos de un planeta moribundo, para comer pizzas, comprar
           cómodamente a plazos y aprender italiano sin esfuerzo con Berlitz.»

               Esta vez es la voz de Henry. A continuación, ET recupera su voz propia; al menos
           lo parece, hasta que Jonesy se da cuenta, con fatiga y sin sorpresa, de que no, de que
           es la suya. Es la voz de Jonesy. Ya sabe qué diría Henry: que, a consecuencia de la
           muerte de Beaver, le ha dado un ataque de alucinaciones y está flipando por un tubo.

               No, ahora ya no lo diría, piensa Jonesy.
               «¿Henry? Da igual, porque no durará mucho», dice con indiferencia el tío gris.

               Su mano se desliza por el cubrecama, y el trío de dedos largos y grises envuelve
           la mano de Jonesy. Tiene la piel caliente y seca.
               —¿Cómo que no durará? —pregunta Jonesy, asustado por Henry.
               Pero lo que se muere en la cama no contesta. Una carta más para el recuento.

           Jonesy saca otra:
               —¿Para qué me has llamado?

               El ser gris expresa sorpresa, a pesar de que siga sin movérsele la cara.
               «Nadie  quiere  morirse  solo  —dice—.  Me  apetecía  estar  acompañado.  Ya  sé:
           vamos a mirar la tele.»
               —No quiero ver na…

               «Hay una película que me encantaría. A ti también te gustará. Se llama Sympathy
                               [8]
           for the Grayboys   ¡Chucho, el mando!»
               El  chucho  obsequia  a  Jonesy  con  una  mirada  que  se  diría  más  hostil  que  de
           costumbre, si cabe, y baja reptando de la almohada. Su cola flexible hace un ruido
           como de serpiente yendo por una superficie de piedra. En la mesa hay un mando a

           distancia que también está cubierto de hongos. El chucho lo coge, da media vuelta y
           repta de nuevo hacia el ser gris con el mando entre los dientes. El gris suelta la mano

           de  Jonesy  (lo  cual  no  deja  de  ser  un  alivio,  aunque  el  contacto  de  su  piel  no  sea
           repugnante),  coge  el  aparatito,  lo  dirige  hacia  la  tele  y  pulsa  ON.  La  imagen  que




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