Page 276 - El cazador de sueños
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pastoso y amarillo, la misma sustancia que brilla en los pliegues de la piel y las
comisuras de los ojos del… ¿ser? ¿cosa?
—Pues sí que es verdad que te iría bien una inyección —dice Jonesy—. De
Drano, de Lysol o de algo así. Al menos no estarías…
Justo entonces se le ocurre algo espantoso, y al principio es una idea de tanta
intensidad que consigue resistir la fuerza que le empuja hacia la cama. Después
vuelven a movérsele los pies, dejando un rastro rojo muy ancho.
—¡No pensarás chuparme la sangre como un vampiro! La cosa de la cama sonríe
sin sonreír.
«Somos lo que en vuestro lenguaje se llama vegetarianos, aunque no sea la
palabra exacta.»
—Sí, ya. ¿Y el chucho? —Jonesy señala la comadreja sin patas, que abre la boca
de manera grotesca, enseñando una boca llena de dientes como alfileres—. ¿También
es vegetariano?
«Ya sabes que no —dice lo gris, sin que se mueva la raja de su boca. Hay que
reconocer que es un ventrílocuo de la hostia—. Pero también sabes que no tienes que
tenerle miedo.»
—¿Por qué? ¿En qué me diferencio?
La cosa gris moribunda (¿cómo no va a estarlo si se le pudre el cuerpo por
dentro?) no contesta, y Jonesy vuelve a pensar: ni rebotes ni partidos. Intuye que es
una idea que al tío gris le encantaría poder leer, pero que no se haga ilusiones, porque
otro aspecto que diferencia a Jonesy, que le vuelve único, es la facultad de proteger
sus pensamientos. Sólo puede decir una cosa (aunque no la diga de verdad): vive la
différence.
—¿En qué me diferencio?
«¿Quién es Duddits? —pregunta la cosa gris. Ante la falta de respuesta de Jonesy,
vuelve a sonreír sin mover la boca—. ¿Ves? Los dos tenemos dudas que el otro no
quiere resolver. ¿Te parece bien si las apartamos? Boca abajo. Son… ¿qué palabra
usáis? ¿Cómo se dice en el juego?»
—La reserva —dice Jonesy.
Ahora huele la podredumbre de la cosa. Es el mismo olor que trajo McCarthy al
campamento, el de éter. Vuelve a pensar que debería haberle pegado un tiro, al muy
repipi y cabrón, y no dejar que entrara donde hacía más calor. Así, a medida que se
enfriase el cuerpo, se habría muerto lo de dentro al lado del observatorio del arce
viejo.
«Eso, la reserva —dice lo gris. Ahora el atrapasueños está en la habitación,
colgado del techo y girando lentamente sobre la cabeza de la cosa gris—. Todo lo que
no queramos que sepa el otro, lo apartamos para el recuento final.»
—¿Qué queréis de mí?
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