Page 340 - El cazador de sueños
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Jonesy salió de un sueño ligero en que el único sonido era el ritmo relajante,
adormecedor de la voz del señor Gray, y vio que tenía las manos en los cierres de la
puerta del despacho, listas para girar el pomo y descorrer el cerrojo. El muy hijo de
puta intentaba hipnotizarle, y lo estaba consiguiendo.
—Siempre ganamos —dijo la voz del otro lado de la puerta. Era relajante, lo cual,
después de un día tan tenso, se agradecía, pero también era asquerosamente fatua. El
usurpador no descansaría hasta tenerlo todo; ese todo cuya posesión daba por hecha
—. Jonesy, abre la puerta. Abre ahora mismo.
Estuvo a punto de hacerle caso; volvía a estar despierto, pero estuvo a punto.
Entonces recordó dos sonidos: el tétrico crujido del cráneo de Pete bajo el apretón de
la cosa roja, y aquella especie de ruido a mojado que había hecho el ojo de Janas al
ser perforado por la punta del bolígrafo.
Jonesy comprendió que en el fondo no había estado despierto. Ahora, sin
embargo, sí.
Ahora sí.
Apartó las dos manos de la puerta, aplicó a ella los labios y, con su mejor
pronunciación, dijo:
—Al carajo, comemierdas.
Sintió retroceder al señor Gray, y hasta sintió su dolor al chocar con la ventanilla.
Claro que ¿por qué no iba a dolerle, si al fin y al cabo eran sus nervios? Y su cabeza,
dicho fuera de paso. Pocas satisfacciones había tenido en su vida como la de percibir
la sorpresa e indignación del señor Gray. Comprendió borrosamente lo que ya sabía
el señor Gray: que la presencia extraterrestre que había en su cabeza se había vuelto
más humana.
Si pudieras volver como entidad física, ¿seguirías siendo el señor Gray?, se
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preguntó Jonesy. Lo dudaba. Quizá el señor Pink , pero no el señor Gray.
Ignoraba si su antagonista repetiría el numerito de Herr Mesmer, pero, como
prefería no arriesgarse, dio media vuelta y caminó hacia la ventana del despacho,
tropezando con una de las cajas y saltando por encima del resto. ¡Joder con la cadera,
cómo dolía! ¡Qué cosa más rara dolerle algo así estando prisionero en su propia
cabeza! (En una ocasión le había explicado Henry que no había nervios, al menos en
la materia gris.) El hecho, sin embargo, era que le dolía. Había leído que alguna
gente, después de una amputación, sufría unos dolores y unos picores atroces en el
miembro seccionado. Por ahí debía de ir la cosa.
La ventana volvía a ofrecer el panorama tedioso de 1978: el camino de entrada al
garaje de Tracker Hermanos, con sus dos carriles y sus malas hierbas. El cielo estaba
blanco, nublado; al parecer, cuando la ventana daba al pasado, el tiempo se detenía a
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