Page 341 - El cazador de sueños
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primera hora de la tarde. El único aliciente de la vista era que mirarla, para Jonesy,
           significaba alejarse lo más posible del señor Gray.
               Supuso que cambiarla era cuestión de voluntad, que tenía la posibilidad de mirar

           hacia afuera y ver lo que veía el señor Gray con los ojos de Gary Jones, pero no tenía
           prisa. Aparte de la tormenta de nieve no había nada que ver, ni que sentir aparte de la
           rabia robada del señor Gray.

               «Piensa en otra cosa», se dijo.
               «¿En qué?»
               «No sé, lo que sea. ¿Y si…?»

               Sonó  el  teléfono  del  escritorio,  rareza  a  escala  de  Alicia  en  el  país  de  las
           maravillas, porque unos minutos antes en el despacho no había habido ni teléfono ni
           mesa  que  le  prestara  apoyo.  Ahora  estaban  las  dos  cosas,  mientras  que  habían

           desaparecido los condones usados. El suelo seguía sucio, pero en las baldosas ya no
           había polvo. Debía de tener en la cabeza una especie de conserje, un fanático de la

           limpieza que, considerando que Jonesy iba a quedarse cierto tiempo, había decidido
           que se imponía cierto grado de limpieza. Jonesy quedó impresionado por la idea, pero
           sus implicaciones se le antojaron deprimentes.
               Volvió a sonar el teléfono del escritorio. Jonesy levantó el auricular y dijo:

               —¿Sí?
               La voz de Beaver le provocó un escalofrío de repelús por toda la espalda. Era la

           llamada telefónica de un muerto, como en las películas que le gustaban. O que le
           habían gustado.
               —Tenía cortada la cabeza, Jonesy. Estaba tirada en la cuneta, con los ojos llenos
           de barro.

               Luego un clic, y un silencio de final de llamada. Jonesy dejó el auricular en su
           soporte y volvió hacia la ventana. Ahora no estaban ni el camino de entrada ni Derry.

           Tenía delante una imagen de Hole in the Wall a la luz blanquecina del amanecer. El
           tejado no era verde, sino negro, señal de que era Hole in the Wall tal como estaba
           antes de 1982, cuando los cuatro, que para entonces ya eran mozarrones de instituto
           (claro que en el caso de Henry mozarrón era mucho decir), habían ayudado al papá de

           Beav a poner las tejas rojas de madera que seguían cubriendo la cabaña.
               Lo cierto, sin embargo, era que a Jonesy le hacía tan poca falta aquel indicio para

           saber en qué época estaba como que le dijeran que ahora ya no existían ni las tejas ni
           Hole in the Wall, incendiado por Henry. En cualquier momento se abriría la puerta y
           saldría Beaver. Era 1978, el año que marcaba el verdadero inicio de todo; estaba a

           punto de salir Beaver con el único indumento de sus calzoncillos largos y su chaqueta
           de motorista llena de cremalleras, con los pañuelos naranjas al aire. Era 1978, eran
           jóvenes… y habían cambiado. Era el día en que habían empezado a comprender el

           alcance del cambio.




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