Page 345 - El cazador de sueños
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           Despertando  de  una  pesadilla  confusa  (sangre,  cristales  rotos,  olores  espesos  a
           gasolina y goma quemada), Henry oye un portazo y percibe una corriente de aire frío.

           Entonces  se  incorpora  y  ve  que  está  al  lado  de  Pete,  el  cual  también  se  ha
           incorporado. Se fija en que su amigo tiene la piel de gallina en el pecho sin vello.
           Henry  y  Pete  están  en  el  suelo  con  los  sacos  de  dormir,  por  haber  perdido  en  el

           sorteo. A Beav y Jonesy les tocó la cama (con el tiempo, Hole in the Wall dispondrá
           del  dormitorio  número  tres,  pero  de  momento  sólo  hay  dos,  uno  de  los  cuales  le

           corresponde a Lámar por el derecho divino de la adultez). Ocurre, sin embargo, que
           Jonesy  está  solo  en  la  cama;  también  se  ha  incorporado  y  pone  la  misma  cara  de
           perplejidad y susto que los demás.
               Dónde estás, Scooby-Doo, piensa Henry sin que se aprecie el motivo, al tantear el

           alféizar en busca de las gafas. Sigue percibiendo olor a gas y neumáticos quemados.
               —Un accidente —dice Jonesy con voz ronca.

               Y aparta la manta. Lleva el torso al descubierto, pero ha dormido igual que Henry
           y Pete, con calcetines y calzoncillos largos.
               —Sí, se ha caído al agua —contesta Pete con cara de no tener ni idea de qué
           quiere decir—. Tienes tú el zapato, Henry…

               —El  mocasín…  —dice  Henry,  a  pesar  de  que  tampoco  le  encuentra  ningún
           sentido. Ni quiere.

               —Beav —dice Jonesy, bajando de la cama con un movimiento brusco y torpe.
               Uno de sus pies, con calcetín interpuesto, aterriza en la mano de Pete.
               —¡Ay! —se queja éste—. ¡Me has pisado, inútil! ¡A ver si miras por…!
               —Calla, calla —dice Henry, dándole a Pete una sacudida en el hombro—. ¡No

           despiertes al señor Clarendon!
               Lo cual sería fácil, porque la puerta del dormitorio de los chicos está abierta. La

           del fondo de la sala grande, la de salida, también está abierta. Se entiende que tengan
           frío,  porque  hace  un  biruji  de  la  hostia.  Ahora  que  Henry  vuelve  a  tener  los  ojos
           puestos  (es  su  manera  de  verlo),  ve  bailar  el  atrapasueños  con  la  brisa  fría  de

           noviembre que entra por la puerta abierta.
               —¿Y Duddits? —pregunta Jonesy con voz aturdida de no haberse despertado del
           todo—. ¿Ha salido con Beaver?

               —Pero qué dices, tonto, si está en Derry —contesta Henry mientras se levanta y
           se pone la camiseta térmica.
               Lo  cierto  es  que  no  le  parece  ninguna  tontería,  porque  él  también  tiene  la

           sensación de que hasta hace muy poco estaban con Duddits.
               Ha  sido  el  sueño,  piensa.  Duddits  aparecía  en  el  sueño.  Estaba  sentado  en  la
           cuesta, llorando. Estaba arrepentido. Él no quería. Si alguien quería, éramos nosotros.



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