Page 348 - El cazador de sueños
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especialmente  para  la  excursión  (la  señora  Jones,  inconsolable,  sigue  sin  dejarse
           convencer de que a su hijo no le matará en el bosque una bala de cazador, en la flor
           de la vida) y Beaver su chaqueta gastada de motorista («¡cuántas cremalleras!», había

           dicho con admiración la mamá de Duddits, ganándose de por vida la de Beaver, y su
           cariño), con los pañuelos naranjas atados a lo largo de los brazos. Ninguno de los dos
           mira el tercer cadáver, el que está tirado justo al lado de la puerta del conductor, pero

           Henry sí, aunque sólo sea unos segundos (conserva el mocasín en la mano como una
           canoíta inundada), porque hay algo raro, algo espantoso; tanto, que al principio no
           identifica la causa. Entonces se da cuenta de que no hay nada encima del cuello de la

           chaqueta del cadáver. Beaver y Jonesy chillan porque han visto lo que debería estar
           encima. Han visto la cabeza de Richie Grenadeau mirando el cielo fijamente desde un
           grupo  de  hierbas  salpicadas  de  sangre.  Henry  sabe  enseguida  que  es  la  de  Richie.

           Aunque ya no esté la tirita en el puente de la nariz, no cabe duda de que se trata del
           mismo  tío  que  intentaba  dar  de  comer  una  caca  a  Duddits  cuando  el  episodio  de

           detrás de Tracker Hermanos.
               Duddits está en la cuesta, llorando y llorando con ese llanto que se te mete en la
           cabeza como un dolor de cabeza. Como siga, Henry acabará loco. Suelta el mocasín
           y, caminando por el barro, rodea la parte trasera del coche incendiado hacia donde

           están Beaver y Jonesy cogidos por el brazo.
               —¡Beaver!  ¡Beav!  —dice  Henry  con  todas  sus  fuerzas;  pero  Beaver  sigue

           contemplando la cabeza cortada como si estuviera hipnotizado, y sólo le saca de su
           ensimismamiento una fuerte sacudida. Entonces mira a Henry.
               —Tiene  la  cabeza  cortada  —dice,  como  si  no  saltara  a  la  vista—.  Henry,  que
           tiene la cabeza…

               —¡No  pienses  tanto  en  la  cabeza  y  ocúpate  de  Duddits!  ¡Que  pare  de  llorar,
           caray!

               —Eso —dice Pete. Mira la cabeza de Richie, con su mirada fija de muerto, y
           aparta la vista con una mueca—. Se me mete en el coco que te cagas.
               —Como la tiza en la pizarra —murmura Jonesy. Su piel, encima de la chaqueta
           nueva naranja, tiene un color como de queso muy curado—. Haz que pare, Beav.

               —Eh… eh… eh…
               —¡No  seas  gilipuertas  y  cántale  la  cancioncita,  hostia!  —le  espeta  Henry  a

           Beaver, notando que le sube agua sucia entre los dedos de los pies—. ¡La nana, joder!
               Beaver mira un rato como si siguiera sin entenderlo, hasta que se le aclaran un
           poco los ojos y dice: —¡Ahí

               Entonces camina por el barro hacia el terraplén donde está sentado Duddits con la
           fiambrera amarilla y el mismo llanto de cuando le conocieron. Henry, por su parte, ve
           algo, pero casi no tiene tiempo de fijarse: alrededor de los agujeros de la nariz de

           Duddits hay sangre seca, y en su hombro izquierdo una venda de la que sobresale




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