Page 352 - El cazador de sueños
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en un cóctel.
A continuación, Underhill asintió con amabilidad, como si fuera verdad que
estaban en un cóctel y no a merced de una tormenta desatada, a la luz de unos focos
de seguridad recién montados.
—Sabía mi nombre porque la presencia de extraterrestres en Jefferson Tract ha
provocado un efecto telepático de baja intensidad. —Underhill sonrió—. ¿A que
dicho así parece una tontería? Pues es verdad. Es un efecto transitorio, inofensivo y
demasiado superficial para servir de algo más que para juegos de sociedad, y esta
noche estamos un poco demasiado ocupados para jugar a según qué cosas.
Por fin se desató la lengua de Henry. ¡Menos mal!
—No ha venido aquí, con lo que nieva, porque le haya adivinado yo el nombre —
dijo—. Ha venido porque también sabía el de su mujer. Y los de sus hijas.
La sonrisa de Underhill no se alteró.
—Puede que sí, puede que no —dijo—. La cuestión es que considero que va
siendo hora de que nos pongamos los dos a cubierto y descansemos un poco. Ha sido
un día largo.
Underhill dio unos pasos, pero hacia los otros remolques y caravanas, y sin
apartarse de la alambrada. A Henry le costó bastante no quedarse rezagado, porque
ahora casi había treinta centímetros de nieve en el suelo, seguía acumulándose y en el
lado de los condenados no la había pisado nadie.
—Señor Underhill… Owen… Escúcheme. Tengo que decirle algo importante.
Underhill siguió avanzando por su lado de la alambrada (que también era el lado
de los condenados; ¿se daba cuenta?). Tenía inclinada la cabeza, contra el viento, y la
misma sonrisa de cortesía de antes. Lo más grave, lo que también sabía Henry, era
que Underhill quería detenerse, pero que de momento no le habían dado ninguna
razón para no seguir caminando.
—Kurtz está loco —dijo Henry. Seguía a la altura de Underhill, pero ahora se le
oía jadear y le dolían las piernas de cansancio.
Underhill continuó caminando con la cabeza inclinada y una sonrisita debajo de
aquella ridícula mascarilla. Caminaba igual o más deprisa que hasta entonces. Pronto
Henry tendría que correr por su lado de la alambrada. Suponiendo que todavía fuera
capaz.
—Nos apuntarán con las ametralladoras —dijo sin aliento—. Luego se meten los
cadáveres en el establo… se rocía el establo de gasolina… puede que hasta del
surtidor del propio Gosselin, porque tampoco hace falta gastar suministros del
gobierno… y luego puf, una humareda… doscientos… cuatrocientos… Apestará
como una barbacoa infernal…
Underhill, que ya no sonreía, caminó todavía más deprisa. Henry sacó fuerzas de
flaqueza y consiguió adoptar un paso casi de carrera, respirando con dificultad y
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