Page 357 - El cazador de sueños
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fuerte que Henry. Como todos, a decir verdad. Quizá no fueran más altos, pero sí más
fornidos.
—Échale, Daré.
—Hay dos tipos de Ripley —dijo Henry, exponiendo un dato del que no tenía
pruebas, aunque, cuanto más lo pensaba, más lógica le encontraba—. Podríamos
llamarlos Ripley principal y Ripley secundario. Estoy casi seguro de que el que no
haya recibido una dosis fuerte (en algo que haya comido o respirado, o que haya
entrado vivo en una herida abierta) puede curarse. No es invencible.
Ahora le miraban todos con ojos de cierva, y Henry vivió un momento de
angustia indescriptible. ¿Por qué no se había suicidado tranquilamente?
—Yo tengo el Ripley principal —dijo, y se desató la camiseta.
Lo máximo que dedicaron al desgarrón de los vaqueros, espolvoreados de nieve,
fue una mirada fugaz, pero Henry se ocupó de examinarlo por ellos. La herida de la
varilla del intermitente se había llenado de byrus. Algunas hebras tenían varios
centímetros, con puntas que se movían como algas a merced de la corriente. Notaba
cómo se le hundían cada vez más las raíces de la cosa, provocando escozor y
efervescencia. Intentando pensar. Era lo peor: que intentaba pensar.
Los cinco ocupantes del cobertizo empezaron a desfilar hacia la puerta. Henry
previo que saldrían corriendo al primer contacto con el aire frío, pero se quedaron
parados.
—¿Tú puedes ayudarnos? —preguntó Marsha con voz temblorosa de niña. Su
marido Darren la rodeó con el brazo.
—No lo sé —dijo Henry—. Supongo que no… pero es posible que sí. Salid. Lo
más probable es que no me quede dentro ni media hora, pero es aconsejable que os
quedéis con los demás en el establo.
—¿Por qué? —preguntó Darren Chiles, de Newton.
Y Henry, que no tenía nada parecido a un plan, sino una idea inconcreta, dijo:
—No lo sé. Me lo parece.
Salieron todos, y Henry quedó dueño del cobertizo.
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