Page 349 - El cazador de sueños
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algo que parece plástico blanco.
               —Duddits  —dice  Beav  escalando  la  cuesta—,  Duddie,  majo,  no  llores;  no  lo
           mires más, que es una marranada y no tienes que mirarlo…

               Al principio Duddits sigue llorando sin prestarle atención. Henry piensa: le ha
           sangrado la nariz de tanto llorar. Por eso la tiene así. Pero ¿y lo blanco que le sale del
           hombro? ¿Qué es?

               Jonesy ha llegado al extremo de taparse las orejas con las manos, mientras que
           Pete se ha puesto una en la cabeza, como para que no le explote. Beaver coge en
           brazos a Duddits, como semanas antes, y empieza a cantar con aquella voz aguda y

           cristalina que no esperaría nadie en un tiarrón como él.
               —El barco de mi niño es un sueño de plata…
               Y Duddits, milagro de milagros, empieza a tranquilizarse.

               Pete dice algo por un lado de la boca:
               —Henry, ¿dónde estamos? ¿Esto qué carajo es? —Un sueño —dice Henry.

               Y  de  repente  vuelven  a  estar  los  cuatro  al  pie  del  arce  de  Hole  in  the  Wall,
           arrodillados, en ropa interior y temblando de frío.
               —¿Qué? —dice Jonesy, y se suelta para limpiarse la boca.
               Entonces se quiebra el contacto entre los cuatro y vuelve a campar la realidad por

           sus fueros. —¿Qué has dicho, Henry?
               Henry percibe el retroceso de sus mentes, lo percibe como algo real, y piensa: no

           teníamos por qué ser así ninguno de los cuatro. A veces es mejor estar solo.
               Solo, sí. Solo con tus pensamientos.
               —He tenido una pesadilla —dice Beaver. Parece que se lo explique a sí mismo,
           más que a los otros tres. Luego, con la misma lentitud que si siguiera soñando, abre la

           cremallera de un bolsillo de la chaqueta, hurga dentro y saca un chupachups. En lugar
           de desenvolverlo se mete en la boca la punta del palo y empieza a pasárselo de un

           lado a otro con pequeños mordisquees—. He soñado que…
               —No te esfuerces —dice Henry, ajustándose las gafas—, que ya sabemos qué has
           soñado.
               En  los  labios  le  tiembla  «a  la  fuerza,  porque  estábamos»,  pero  no  lo  dice.  Ni

           siquiera ha cumplido quince años, pero ya tiene bastante sensatez para saber que lo
           dicho no puede desdecirse. Carta echada, carta jugada, como dicen cuando juegan a

           algún juego de baraja y uno de los cuatro comete una tontería. Si lo dice, tendrán que
           enfrentarse con ello. Si no, quizá… quizá se vaya. Quizá.
               —La verdad, yo no creo que el sueño haya sido tuyo —dice Pete—. Para mí que

           era de Duddits, y que hemos…
               —Piensa lo que quieras. Me importa un pepino —dice Jonesy con una rudeza que
           les sorprende a todos—. Ha sido un sueño, y pienso olvidarlo. Yo y todos. ¿A que sí,

           Henry?




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