Page 350 - El cazador de sueños
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Henry asiente de inmediato.
               —Venga, a casa —dice Pete con cara de alivio—. Se me están helando los pie…
               —Una cosa —dice Henry.

               Todos  le  miran  con  nerviosismo,  porque  cuando  necesitan  un  líder  siempre  es
           Henry. Y si no os gusta mi manera de hacerlo, piensa él con resentimiento, que lo
           haga otro; pero os aviso de que tiene su intríngulis.

               —¿Qué? —pregunta Beaver, queriendo decir: «¿Y ahora qué?»
               —Cuando entremos en la tienda de Gosselin, que llame alguien a Duds. Por si
           está agobiado.

               Nadie contesta. Les ha dejado mudos la idea de llamar por teléfono a su nuevo
           amigo retrasado. A Henry se le ocurre que lo más probable es que Duddits nunca
           haya recibido ninguna llamada. Será la primera.

               —Sí, no estaría mal —dice Pete, y se tapa la boca como si acabara de decir algo
           comprometedor.

               Beaver,  que  aparte  de  los  calzoncillos  y  la  chaqueta,  dos  prendas  de  lo  más
           absurdas, no lleva nada puesto, está temblando. En la punta del palo mordisqueado se
           agita la bola de caramelo.
               —Un día se te atragantará algo —le dice Henry.

               —Sí, es lo que me dice mi madre. ¿Podemos entrar? Es que me pelo de frío.
               Emprenden  el  camino  de  vuelta  hacia  Hole  in  the  Wall,  donde  a  los  veintitrés

           años exactos de esa fecha concluirá su amistad.
               —¿Será verdad que se ha muerto Richie Grenadeau? —pregunta Beaver.
               —Ni  lo  sé  ni  me  importa  —dice  Jonesy,  y  mira  a  Henry—.  Vale,  pues  luego
           llamamos a Duddits. Yo tengo teléfono. Podemos cargarlo a mi número.

               —¿Un teléfono para ti solo? —dice Pete—. ¡Joder, Gary, qué suerte! Mimado,
           más que mimado.

               A Jonesy suele sacarle de quicio que le llamen Gary, pero esta mañana no. Está
           demasiado absorto.
               —No te pases, que es un regalo de cumpleaños, y las llamadas de larga distancia
           me las pago yo con la semanada. Y otra cosa: aquí no ha pasado nada. Nada, ¿eh?

               Todos asienten. No ha pasado nada. Qué coño va a haber pa…























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