Page 430 - El cazador de sueños
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«¿Es la mejor área de camioneros del mundo?», preguntó el señor Gray.
               «Pues claro», dijo Jonesy, sin poder aguantarse una carcajada.
               «¿Por qué haces ese ruido?»

               Jonesy  se  dio  cuenta  de  algo  asombroso,  al  mismo  tiempo  conmovedor  y
           aterrador:  el  señor  Gray  sonreía  con  su  boca.  Sólo  un  poco,  pero  era  una  sonrisa.
           Pensó: lo pregunta en serio. No sabe qué es reírse. Claro que tampoco había sabido

           qué era enfadarse, pero había demostrado que aprendía deprisa. Ahora era un experto
           en rabietas.
               «Me ha hecho gracia lo que ha dicho.»

               «¿Qué significa exactamente "gracia"?»
               Jonesy no sabía qué contestar. Quería que el señor Gray viviera toda la gama de
           emociones  humanas,  sospechando  que  a  la  larga  su  única  esperanza  de  sobrevivir

           podía ser humanizar a su usurpador. Como había dicho Pogo, el personaje de cómic,
           hemos  visto  al  enemigo  y  somos  nosotros.  Pero  ¿cómo  explicar  «gracia»  a  un

           conjunto de esporas de otro planeta? Y, en el fondo, ¿qué gracia tenía que el área de
           servicio de Dysart's se proclamara la mejor del mundo?
               Estaban  pasando  al  lado  de  otro  letrero  con  dos  flechas.  Debajo  de  la  de  la
           izquierda  ponía  VEHÍCULOS  GRANDES,  y  debajo  de  la  otra  VEHÍCULOS

           PEQUEÑOS.
               «¿Nosotros qué somos?», preguntó el señor Gray, que había frenado delante.

               Jonesy  podría  haberle  obligado  a  buscar  la  información,  pero  ¿de  qué  habría
           servido?
               «Pequeños», contestó.
               El  señor  Gray  giró  a  la  derecha.  Los  neumáticos  derraparon  un  poco  y  la

           camioneta dio un bandazo. Lad levantó la cabeza, despidió otro pedo largo y fragante
           y  gimió.  Se  le  había  hinchado  la  mitad  inferior  del  abdomen.  Una  persona  poco

           informada  lo  habría  confundido  con  una  hembra  a  punto  de  parir  una  abundante
           carnada.
               En la zona de vehículos pequeños debía de haber unas dos docenas de turismos y
           camionetas. Los más hundidos en la nieve eran los de los mecánicos (siempre había

           uno o dos de servicio), las camareras y los cocineros de comida rápida. A Jonesy le
           llamó mucho la atención que el vehículo más limpio fuera un coche patrulla azul de

           la policía del estado con nieve acumulada en la sirena. Un arresto no era mala manera
           de  obstaculizar  los  planes  del  señor  Gray.  Por  otro  lado,  contando  la  cabina  de  la
           camioneta, Jonesy ya había estado en tres lugares del crimen. En los dos primeros no

           había testigos, ni era probable que hubiera huellas dactilares de Gary Jones, pero ¿y
           aquí? Muchísimas, seguro. Ya se veía en algún juzgado diciendo: «Oiga, señor juez,
           que los ha asesinado el extraterrestre que estaba dentro de mí. Ha sido el señor Gray.»

           Otro chiste que se le escaparía al señor Gray.




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