Page 433 - El cazador de sueños
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de pensar.
               Como  se  difunda  esta  mierda,  pensó  entre  asustado  y  exaltado,  como  llegue  a
           propagarse…

               Se le clavó en las costillas el codo de Owen, que dijo:
               —¿Y si dejas la conferencia para otro día? Mira al otro lado de la carretera.
               Henry  obedeció,  empleando  su  excepcional  visión  cuádruple  y  dándose  cuenta

           con retraso de que no se había limitado a mirar, sino que había movido los globos
           oculares  de  los  cuatro  jóvenes  con  el  objetivo  de  observar  el  lado  opuesto  de  la
           autopista. En donde vio más intermitentes bajo la tormenta.

               —Es  una  barrera  —murmuró  Owen—.  Una  de  las  medidas  de  seguridad  de
           Kurtz:  se  cierran  las  dos  salidas,  y  no  puede  circular  nadie  por  la  autopista  sin
           autorización. Yo quiero el Humvee. Nevando así, es lo mejor que podemos tener. Lo

           que no quiero es que se enteren los tíos del otro lado. ¿Se puede conseguir?
               Henry volvió a experimentar con los ocho ojos y, a base de moverlos, descubrió

           que en cuanto no miraban los cuatro el mismo punto desaparecía la visión en cuatro o
           cinco  dimensiones,  dejando  paso  a  una  perspectiva  fragmentada  y  mareante  que
           excedía a su equipo de procesamiento. Sin embargo los movía. No mucho, sólo los
           ojos, pero…

               «Creo que sí, pero sólo si colaboramos —le dijo a Owen—. Acércate. Y no digas
           nada más en voz alta. Métete en mi cabeza. Conéctate.»

               De repente Henry notó que tenía más llena la cabeza. Volvió a aclarársele la vista,
           pero esta vez la perspectiva no era igual de profunda. Sólo dos pares de ojos en lugar
           de cuatro: el suyo y el de Owen.
               Owen puso el Sno-Cat en primera y avanzó muy despacio con las luces apagadas.

           El  chillido  constante  del  viento  se  tragaba  el  zumbido  del  motor.  A  medida  que
           recortaban  distancias,  Henry  sintió  afianzarse  su  influencia  sobre  los  cerebros  de

           delante.
               «¡Coño!», dijo Owen, medio riendo medio aguantando la respiración.
               «¿Qué? ¿Qué pasa?»
               «Tú, tío. Es como ir en una alfombra mágica. Pero ¡qué fuerza!»

               «Pues si te parezco fuerte yo, cuando conozcas a Jonesy alucinarás.»
               Owen frenó al pie de una colina que les separaba tanto de la autopista como de

           Bernie, Dana, Tommy y Smitty, que estaban sentados en su Humvee al principio de la
           salida sur, cogiendo queso y galletas saladas de su bandeja improvisada. Los cuatro
           ocupantes  del  Humvee  estaban  limpios  de  byrus,  y  no  sospechaban  que  estuviera

           espiándoles nadie.
               «¿Listo?», preguntó Henry.
               «Supongo. —Ahora la otra persona que tenía Henry en la cabeza, la que había

           esquivado los disparos de Kurtz y sus muchachos sin despeinarse, estaba nerviosa—.




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