Page 437 - El cazador de sueños
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A la media hora de haberse incendiado, el establo de Reggie Gosselin se reducía a un
ojo agonizante de dragón en la noche de truenos, creciendo y decreciendo en una
órbita negra de nieve derretida. En el bosque del otro lado de Swanny Pond Road se
oían detonaciones de fusil: pum, puní, puní… Al principio eran fuertes, pero fueron
disminuyendo tanto en frecuencia como en volumen a medida que los de Imperial
Valley (ahora con Kate Gallagher al mando) se alejaban en persecución de los
reclusos fugitivos. Se trataba de un combate desigual, al que sobrevivirían pocos de
los segundos; acaso bastantes para contarlo y delatarles a todos, pero ya habría
tiempo de preocuparse.
Mientras los chicos persistían en la caza (y mientras el traidor de Owen Underhill
acrecentaba su ventaja), Kurtz y Freddy Johnson se hallaban en el puesto de mando
(aunque Freddy supuso que volvía a ser una simple caravana, ya desprovista del halo
de poder), metiendo naipes en una gorra.
Kurtz, que ya no era telépata, pero que en lo tocante a sus hombres conservaba la
perspicacia de siempre (poco importaba, en realidad, que ahora sólo tuviera una
persona a sus órdenes), miró a Freddy y dijo:
—Apresurarse lentamente, chavalín: el dicho sigue siendo válido. Otro: actúa
deprisa y arrepiéntete cuando te convenga.
—Sí, jefe —dijo Freddy sin gran entusiasmo.
Kurtz sacó el dos de picas, que revoloteó por el aire y aterrizó en la gorra. Kurtz
se ufanó como un chaval y se dispuso a repetir el lanzamiento. Entonces llamó
alguien a la puerta de la caravana. Freddy se volvió hacia ella, recibiendo de Kurtz
una mirada severa que le hizo recuperar su posición original y observar el nuevo
lanzamiento de cartas. Empezó bien, pero pasó de largo y acabó en la visera. Kurtz
masculló algo y señaló la puerta con la cabeza. Freddy fue a abrirla rezando una
oración mental de gratitud.
Jocelyn McAvoy, una de las dos mujeres de Imperial Valley, estaba en el escalón
de arriba. Tenía acento de Tennessee, el pelo rubio y cortado a lo varón y un rostro
granítico. Sujetaba la correa de una metralleta ligera israelí que se apartaba por
completo de lo reglamentario. Freddy se preguntó de dónde la sacaba, hasta que
decidió que daba igual. Había muchas cosas que ya no importaban, sobre todo desde
hacía una o dos horas.
—Joss —dijo—. ¿Qué cuentas de malo?
—Orden cumplida: traemos dos casos de Ripley.
Se oyeron más disparos en el bosque, y Freddy reparó en que los ojos de la
soldado se movían un poquito en esa dirección. Jocelyn tenía ganas de volver a cruzar
la carretera y cazar el máximo de piezas antes de que se alejaran. Freddy comprendía
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