Page 440 - El cazador de sueños
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           El señor Gray tenía la carta en las manos y estaba absorto en las listas (bola de carne
           picada,  remolacha  en  rodajas,  pollo  a  la  brasa,  pastel  de  chocolate),  pese  a  no

           entender prácticamente ni jota. Jonesy se dio cuenta de que no se limitaba a ignorar el
           sabor de los platos. El señor Gray desconocía lo que era el sabor. Y era lógico que así
           fuera,  pues  en  el  fondo  sólo  era  una  espora,  o  como  máximo  una  seta  con  alto

           coeficiente intelectual.
               Apareció  una  camarera  desplazándose  bajo  una  vasta  meseta  de  cabello  rubio

           ceniza petrificado. En la chapa de la pechera, de no desdeñables proporciones, ponía:
           BIENVENIDO A DYSART'S. SOY
               DARLENE, SU CAMARERA.
               —Hola, majo. ¿Qué te pongo?

               —Por apetecer, huevos revueltos con beicon, pero que estén pasaditos.
               —¿Con tostada?

               —¿Pueden ser unas crecs?
               Darlene  arqueó  las  cejas  y  le  miró  por  encima  de  la  libreta.  El  policía  estaba
           detrás,  en  la  barra,  comiendo  un  bocadillo  con  alguna  salsa  y  hablando  con  el
           cocinero.

               —Perdona, quería decir sprec.
               Las cejas subieron un poco más. La pregunta era evidente, y le parpadeaba en la

           frente como el letrero luminoso de un bar: ¿trataba con alguien con problemas de
           habla, o le tomaban el pelo?
               Jonesy, que estaba sentado junto a la ventana del despacho y sonreía, cedió un
           poco.

               —Creps —dijo el señor Gray.
               —Ya. Me lo había imaginado. ¿Café para beber?

               —Sí, por favor.
               La camarera cerró la libreta y se alejó. El señor Gray volvió enseguida a la puerta
           cerrada del despacho de Jonesy, rabiando igual que las otras veces.

               «¿Cómo lo has hecho? —preguntó—. ¿Cómo, si estás aquí dentro?» Dio un golpe
           de  rabia  en  la  puerta.  Jonesy  se  dio  cuenta  de  que  no  sólo  estaba  enfadado,  sino
           asustado; porque, si Jonesy estaba en situación de interferir, se la jugaba.

               «No  lo  sé  —dijo,  fiel  a  la  verdad—.  Pero  no  se  lo  tome  tan  a  la  tremenda;
           desayune a gusto, hombre, que sólo ha sido una broma.»
               «¿Por qué? —Todavía enfadado, todavía bebiendo en el pozo de las emociones de

           Jonesy, y disfrutando sin querer—. ¿De qué te sirve?»
               «Digamos que de vengarme por cuando estaba durmiendo y casi me achicharra»,
           dijo Jonesy.



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