Page 443 - El cazador de sueños
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           El señor Gray no se atragantó con el segundo plato de beicon, pero de repente tuvo
           retortijones en la parte baja de la barriga y bramó, contrariado:

               «¡Me has envenenado!»
               «Tranquilo —dijo Jonesy—. Sólo tiene que desalojar un poco.»
               «¿Desalojar? ¿Qué…?»

               Dejó la frase a medias por otro retortijón en las tripas.
               «Quiero decir que convendría ir corriendo al servicio de caballeros —dijo Jonesy

           —. ¡Pero hombre! ¿Tantas abducciones en los años sesenta y no habéis aprendido
           nada de anatomía humana?»
               Darlene había dejado la cuenta. El señor Gray la cogió.
               «Déjale el quince por ciento encima de la mesa —dijo Jonesy—. Es la propina.»

               «¿Cuánto es el quince por ciento?»
               Jonesy suspiró. ¿Eran esos los señores del universo que nos habían enseñado a

           temer las películas? ¿Conquistadores despiadados, viajeros estelares que no sabían
           cagar ni dejar propina?
               Otro  retortijón,  seguido  por  un  pedo  silencioso.  Apestaba,  pero  no  a  éter.
           «Alabado sea Dios», pensó Jonesy, y dijo al señor Gray:

               «Enséñeme la cuenta.»
               Examinó la nota verde por la ventana del despacho.

               «Déjele un dólar y medio. —Como el señor Gray no parecía muy convencido,
           Jonesy añadió—: Fíese, que es buen consejo. Si deja más, se acordará de usted como
           del más generoso de la noche; menos, y le tendrá clasificado de tacaño.»
               Notó que el señor Gray consultaba el significado de «tacaño» en los archivos.

           Acto seguido, y sin discutir, dejó en la mesa un dólar y dos monedas de veinticinco
           centavos, resuelto lo cual se encaminó hacia la caja, que estaba de camino hacia el

           lavabo.
               El  poli  seguía  dándole  al  pastel  (con  una  lentitud  que  a  Jonesy  le  pareció
           sospechosa). Cuando el señor Gray pasó cerca de la barra, Jonesy le sintió disolverse

           como entidad (entidad cada vez más humana) y meterse en la cabeza del agente. Sólo
           quedó la nube rojinegra a cargo de los sistemas de mantenimiento de Jonesy.
               Cogió el teléfono del escritorio a la velocidad del rayo, pero tuvo un momento de

           vacilación.
               Marca 1-800-HENRY y ya está, pensó.
               Al  principio  no  ocurrió  nada.  Luego,  en  algún  otro  lugar,  empezó  a  sonar  un

           teléfono.







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