Page 447 - El cazador de sueños
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que están unidos por el vínculo; unidos entre ellos y con Duddits. Jonesy y Beav se
           acuerdan tan poco como Henry del nombre de la niña. Sólo saben que el apellido era
           largo y muy difícil de pronunciar. Y de que estaba enamorada de Duddits, que era la

           razón de que siempre le esperara a la puerta del colé de los subnormales.
               Se  reúnen  los  tres  alrededor  de  Pete,  con  sus  togas  de  graduación,  y  miran  el
           tablón de anuncios del instituto.

               Como siempre, rebosa de noticias: ventas de pasteles, pruebas para el grupo de
           teatro del pueblo, cursos de verano y gran cantidad de anuncios de alumnos escritos a
           mano: compro tal, vendo tal, busco a alguien que me lleve a Boston después de la

           graduación, busco compañero de piso en Providence…
               En una esquina hay una foto de una chica sonriendo, con cantidades industriales
           de pelo rubio (ahora más rizado) y unos ojos muy grandes, ligeramente perplejos. Ha

           dejado de ser una niña (a Henry nunca deja de sorprenderle la desaparición de los
           niños de su edad, él incluido), pero es imposible no reconocer aquellos ojos marrones

           y perplejos.
               SE BUSCA, pone en mayúsculas y letra grande al pie de la foto; y debajo, en
           letra un poco más pequeña: «Josette Rinkenhauer. vista por última vez el 7 de junio
           de 1982 en el campo de softball de Strawford Park.» Hay más texto, pero Henry no se

           molesta en leerlo. Prefiere reflexionar en lo raro que es que en Derry desaparezcan
           tantos niños, más que en otras poblaciones. Están a 8 de junio, es decir, que la hija de

           los Rinkenhauer sólo lleva desaparecida un día, pero el aviso está clavado en una
           esquina del tablón (o ha sido desplazado a ella) como si hubieran pasado siglos. Y
           algo más: el periódico no llevaba nada sobre el tema. Henry lo sabe porque lo ha
           leído, o mejor dicho hojeado al devorar los cereales. Piensa: quizá estuviera perdido

           en  la  sección  de  noticias  regionales.  Comprende  enseguida  que  ha  acertado.  La
           palabra clave es «perdido». En Derry se pierden muchas cosas, empezando por los

           niños. En los últimos años se han extraviado muchos; lo saben los cuatro, y está claro
           que el día de conocer a Duddits Cavell se les pasó por la cabeza, pero no es un tema
           que se comente. Parece que el precio de vivir en un pueblo tan agradable y tranquilo
           sea el extravío de algún que otro chaval. Henry reacciona a la idea con una punta de

           indignación que va eclipsando la felicidad inconsciente de hace unos minutos. Era un
           encanto, piensa; como Duddits. Siempre con sus BarbieKen… Se acuerda de cuando

           llevaban a Duddits al colé (¡cuántas veces!), y de la frecuencia con que veían fuera a
           la niña. Josie Rinkenhauer, con las rodillas arañadas y el bolso grande de plástico
           blanco: «Hola, Duddie.» Un encanto.

               Y sigue siéndolo, piensa Henry. Aún está…
               —Está viva —suelta Beaver así como así. Se saca de la boca el mondadientes
           roído, lo mira y lo tira al césped—. Y cerca de aquí. ¿Verdad?

               —Sí  —dice  Pete,  que  sigue  fascinado  por  la  foto.  Henry  le  adivina  el




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