Page 449 - El cazador de sueños
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           —… ve la línea! —exclamó Henry de manera brusca, incorporándose en el asiento
           del copiloto del Humvee y pegándole un susto a Owen, que se había sumido en un

           espacio  íntimo  donde  sólo  estaban  él,  la  tormenta  y  la  línea  interminable  de
           reflectores indicándole que seguía en la carretera—. ¡Duddits ve la línea!
               El Humvee derrapó un poco, pero se dejó dominar.

               —¡Jo, tío! —dijo Owen—. Al próximo arranque, me avisas, ¿vale?
               Henry se pasó la mano por la cara y respiró hondo.

               —Ya sé adonde vamos y qué tenemos que hacer…
               —Ah, pues muy bien…
               —… pero tengo que explicarte algo para que lo entiendas.
               Owen le miró de reojo.

               —¿Tú lo entiendes?
               —No del todo, pero más que antes, sí.

               —Pues adelante. Para Derry falta una hora. ¿Tendrás tiempo?
               Henry pensó que le sobraría, sobre todo si la comunicación era mental. Empezó
           por el principio, por lo que acababa de entender que era el principio; no la llegada de
           los grises, ni el byrus o las comadrejas, sino cuatro niños con ganas de ver una foto de

           la  reina  de  la  fiesta  de  ex  alumnos  levantándose  la  falda.  Nada  más.  Mientras
           conducía Owen, la cabeza de Henry se pobló de una serie de imágenes conectadas

           entre sí, pero más como en un sueño, como en una película. Le habló de Duddits, del
           primer viaje a Hole in the Wall, y de Beaver vomitando en la nieve. Le explicó a
           Owen las caminatas para llevar a Duddits al colé, y la versión dudditesca del juego:
           ellos jugaban y él ponía las clavijas.

               La vez que le habían llevado a ver a Papá Noel, y el mal rato que habían pasado.
           Y  cuando  habían  visto  la  foto  de  Josie  Rinkenhauer  en  el  tablón  de  anuncios  del

           instituto, el día antes de graduarse los tres mayores. Owen les vio ir a Maple Lane, a
           casa de Duddits, en el coche de Henry, con las togas y birretes amontonados detrás.
           Les  vio  saludar  a  los  señores  Cavell,  que  estaban  en  el  salón  en  compañía  de  un

           hombre  de  tez  lívida  con  mono  de  la  compañía  de  gas  y  una  mujer  que  lloraba.
           Roberta Cavell rodea los hombros de Ellen Rinkenhauer con el brazo y le dice que no
           se preocupe, que ella está segura de que Dios no dejará que le pase nada malo a la

           pequeña Josie.
               Es  fuerte,  pensó  Owen,  un  poco  como  soñando;  ¡Jo,  qué  fuerza  tiene,  el  tío!
           ¿Cómo es posible?

               Los Cavell apenas se fijan en los cuatro chavales, dada la frecuencia con que se
           dejan caer por el 19 de Maple Lane. En cuanto a los Rinkenhauer, están tan asustados
           que  casi  no  reparan  en  ellos.  Ni  siquiera  han  tocado  el  café  que  les  ha  servido



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