Page 454 - El cazador de sueños
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—Atrapasueños —dice Beav, y se entienden los cuatro entre sí, tal como
(equivocadamente, según acabará averiguando Henry) creen que hacen todos los
amigos. A pesar de que nunca han abordado de manera directa el tema del sueño que
compartieron durante su primera estancia en Hole in the Wall, saben que Beaver
considera que en el fondo lo provocó el atrapasueños de Lámar. Nadie ha intentado
convencerle de lo contrario, en parte porque no quieren romper la superstición de
Beaver respecto a la inofensiva telaraña de cordel, pero sobre todo porque es un día
del que no les apetece hablar. Sin embargo, al oírle, comprenden que Beaver ha
entrevisto una verdad. En efecto, les ha unido un atrapasueños, aunque no sea el de
Lámar.
Su atrapasueños es Duddits.
—Venga —dice Beaver con serenidad—. Venga, tíos, no tengáis miedo. Cogedle.
Lo hacen, aunque miedo tienen, como mínimo un poco. Incluido Beaver.
Jonesy coge la mano derecha de Duddits, tan diestra en manipular maquinaria
desde que cursa formación profesional. Duddits pone cara de sorpresa, pero después
sonríe y estrecha la mano de Jonesy. Pete le coge la izquierda. Beaver y Henry le
rodean y le introducen los brazos a ambos lados de la cintura.
Los cinco se quedan en la misma postura debajo de uno de los robles grandes y
viejos que hay en Strawford Park, con un encaje de luces y sombras de junio dibujado
en las caras. Parecen críos formando una piña antes de un partido importante. No les
miran las jugadoras de softball, con sus camisetas de color amarillo chillón, ni les
miran las ardillas; tampoco el laborioso borracho, empeñado en amontonar latas
vacías de refresco hasta tener bastante para la botella que será su cena.
Henry se siente penetrar por la luz, y comprende que la luz son sus amigos y él; el
bellísimo encaje de luz y sombras verdes lo forman ellos cinco, y de los cinco es
Duddits el más luminoso. Es su atrapasueños: les une. Henry siente el corazón
henchido como nunca, ni antes ni después (y el vacío que deje ese nunca crecerá y se
oscurecerá a medida que le cerque la acumulación de los años), y piensa: ¿Es para
encontrar a una niña retrasada que se ha perdido, y que aparte de a sus padres lo más
probable es que no le importe a nadie? ¿Fue para matar a un abusón descerebrado,
juntándonos para conseguir que se saliera de la carretera (y soñando, ¡Dios!,
soñando)? ¿No hay nada más? ¿Algo tan grande y maravilloso, sólo para objetivos
tan pobres? ¿No hay nada más?
Porque, si no lo hay (piensa en pleno éxtasis unitivo), ¿de qué sirve? ¿Qué sentido
tiene todo?
De repente, la intensidad de la experiencia barre cualesquiera ideas. Surge ante
los cinco la cara de Josie Rinkenhauer, imagen movediza que al principio se compone
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