Page 457 - El cazador de sueños
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Ahora todavía existen los conductos. El que ha encontrado Pete hace bajada y se mete
           en  la  colina.  A  Josie  Rinkenhauer  se  le  ocurrió  meterse  por  ella,  y  resbaló  con
           cincuenta años de hojas secas acumuladas. Bajó como en trineo, y está al fondo. Ha

           hecho tantos intentos de volver a subir por el tubo húmedo y medio deshecho que ya
           no le quedan fuerzas. Se ha comido las dos o tres galletas que llevaba en el bolsillo de
           los pantalones, y ya hace varias horas (doce o catorce interminables horas) que se

           limita  a  quedarse  tendida  en  la  oscuridad  y  el  hedor,  escuchando  los  ecos  de  un
           mundo exterior que se le hurta, y aguardando la muerte.
               Ahora que ha oído la voz de Pete, levanta la cabeza y emplea la poca energía que

           le queda en contestar:
               —¡Ayudadmee! ¡No puedo salir! ¡Por favoor, ayudadmee!
               No se les ocurre que convenga ir en busca de un adulto, como el agente Nell, que

           es  quien  tiene  asignado  el  vecindario.  Sólo  piensan  en  sacar  a  Josie,  que  se  ha
           convertido en responsabilidad suya. Al menos tienen la cordura de oponerse a que

           entre Duddits, pero a los otros cuatro no les cuesta ni medio minuto de debate formar
           una cadena en la oscuridad: primero Pete, luego Beav, a continuación Henry, y por
           último, como ancla, Jonesy, que es quien pesa más.
               Es como penetran en la negrura apestosa a cloaca (también apesta a algo más,

           algo  inconcebiblemente  viejo  y  asqueroso).  Después  de  unos  tres  metros,  Henry
           encuentra  en  el  fango  una  de  las  zapatillas  deportivas  de  Josie,  y  se  la  mete  sin

           pensárselo en el bolsillo de atrás de los vaqueros.
               A los pocos segundos oye detrás la voz de Pete:
               —Para, tío.
               Ahora el llanto y los gritos de socorro de la chica se oyen con gran proximidad,

           tanta que Pete la ve sentada al fondo de la pendiente de hojas, mirándoles con una
           cara que se destaca en la oscuridad como un círculo blanco con manchas.

               Estiran  un  poco  más  la  cadena,  sin  que  los  nervios  les  impidan  extremar  las
           precauciones. Jonesy se apoya con los dos pies en un bloque de cemento caído. Josie
           tiende  una  mano…  intenta  coger  la  que  le  ofrece  Pete…  no  llega…  Justo  cuando
           parece que tendrán que rendirse, consigue recorrer unos centímetros, y Pete la coge

           por la muñeca, sucia y con arañazos.
               —¡Bien! —exclama, triunfante—. ¡Ya te tengo!

               Entonces  la  llevan  con  mucho  cuidado  hacia  la  boca  del  tubo,  donde  espera
           Duddits con el bolso en una mano y los dos muñecos en la otra, diciéndole a Josie en
           voz muy alta que no se preocupe, que tiene él a los BarbieKen. Hay sol, aire puro, y

           cuando la ayudan a salir del desagüe…











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