Page 462 - El cazador de sueños
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(puesto que de momento necesitaban a dos telépatas, uno principal y otro de
refuerzo), intervino Kurtz con buenas maneras.
—Hay un caso muy interesante, en el sentido de que demuestra que todo tiene
precedentes: el de Edward Davis y Franklin Roberts. Ocurrió en Kansas, en la época
en que Kansas era Kansas…
Kurtz, que era un narrador más que aceptable, les retrotrajo a la época del
conflicto de Corea. Ed Davis y Franklin Roberts eran de Kansas, dueños de sendas y
pequeñas granjas en proximidad de Emporia, no demasiado lejos de la de la familia
de Kurtz (cuyo nombre de pila no era exactamente Kurtz). Ed Davis, que siempre
había tenido los tornillos un poco sueltos, fue convenciéndose de que su vecino, el
maleducado de Roberts, pensaba robarle la granja. Se quejaba de que Roberts hablaba
mal de él cuando iba a la ciudad, que le echaba veneno en los campos y presionaba al
banco de Emporia para que le embargaran la granja.
La solución de Ed Davis, contó Kurtz, fue capturar un mapache enfermo de rabia
y meterlo en el gallinero. El suyo. El animal mató gallinas a diestro y siniestro, y,
cuando se cansó de matar, el bueno de Davis le voló la cabecita blanca y gris.
Todos los ocupantes del gélido Humvee, que proseguía su viaje, escuchaban en
silencio.
Ed Davis cargó todas las gallinas muertas en la cosechadora, sin olvidarse del
mapache muerto, montó en ella, fue de noche a la finca de su vecino y arrojó la carga
de bichos muertos en los dos pozos de Franklin Roberts, el de riego y el de uso
doméstico. La noche siguiente, con whisky hasta las cejas, Davis llamó por teléfono a
su enemigo y le explicó su fechoría entre carcajadas de loco. El muy chalado
preguntó: «¿Verdad que hoy ha hecho mucho calor?», riéndose tanto que a Roberts le
costó entenderle. «¿Tú y tus chávalas cuál habéis bebido? ¿La del mapache o la de las
gallinas? ¡Yo no sé decírtelo, porque no me acuerdo de qué puse en cada pozo!
Lástima, ¿no?»
A Gene Cambry le temblaba la comisura izquierda de los labios, como si hubiera
sufrido una grave apoplejía. El Ripley que le crecía por la arruga de la frente ya
estaba tan avanzado que parecía que Cambry tuviera partida la cabeza.
—¿Qué quiere decir? —preguntó—. ¿Que yo y Pearly no valemos más que un
par de gallinas con rabia?
—Cambry, ojo con cómo le hablas al jefe —dijo Freddy, haciendo subir y bajar la
mascarilla.
—¡Qué jefe ni qué hostias! ¡La misión se ha acabado!
Freddy levantó una mano como para darle a Cambry un bofetón de espaldas.
Cambry, cuya expresión era a la vez agresiva y de temor, adelantó la cabeza para
acortar la distancia.
—Eso, guapo, pega, pega; aunque te aconsejo que esperes hasta haber
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