Page 466 - El cazador de sueños
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puerta. El viento frío que entraba por la ventanilla le despeinaba su cabeza deforme.
               —Calla, Pearly —dijo Kurtz. Ahora estaba más tranquilo y volvía a tenerlo todo
           controlado. Al menos Cambry había tenido alguna utilidad—. Sujeta tu tablita y calla.

           ¿Freddy?
               —Sí, jefe.
               —¿Aún cuento contigo? —Para lo que sea, jefe.

               —Owen Underhill es un traidor. Eso se merece un amén como una casa. ¿Me lo
           das?
               —Amén.

               Freddy  se  quedó  más  tieso  que  una  escoba,  mirando  fijamente  la  nieve  y  los
           conos que formaban los faros del Humvee.
               —Owen Underhill ha traicionado a su país y a sus camaradas. Ha…

               —Te ha traicionado a ti —dijo Perlmutter con poco más que un susurro.
               —Exacto, Pearly; y una cosa, chaval: no sobrestimes tu importancia, que es lo

           que menos te conviene. Ya has dicho que los locos son imprevisibles.
               Kurtz volvió a mirar la ancha nuca de Freddy.
               —A Owen Underhill le vamos a machacar; a él y al tal Devlin, suponiendo que
           les encontremos juntos. ¿De acuerdo?

               —De acuerdo, jefe.
               —Aunque lo primero es soltar lastre, ¿no? —Kurtz se sacó del bolsillo la llave de

           las esposas, pasó un brazo por detrás de Cambry, metió la mano en el pringue tibio
           que  no  había  salido  por  la  ventana  y  acabó  por  encontrar  el  tirador  de  la  puerta.
           Entonces  abrió  con  la  llave  las  esposas,  y  unos  cinco  segundos  después  el  señor
           Cambry, Dios le tuviera en su gloria, se reintegró a la cadena alimentaria.

               Mientras tanto, Freddy se había puesto una mano en la entrepierna, que le picaba
           la hostia. Por cierto, que también le picaban las axilas y…

               Movió un poco la cabeza y topó con la atenta mirada de Perlmutter, ojos grandes
           y oscuros en una cara pálida con manchas rojas.
               —¿Qué miras? —preguntó Freddy.
               Perlmutter giró la cabeza sin decir nada más y contempló la noche.


























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