Page 465 - El cazador de sueños
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ellos, lo dudo. Están muy al sur, y creemos que el señor Gray tiene un plan. Algo que
esta vez funcionará.
—Estás exaltado, Owen —dijo Kurtz—. Frena y haremos juntos lo que haya que
hacer. Lo…
—Si te importa algo, renuncia —dijo Owen con inexpresividad—. Y punto. No
tengo nada más que decir. Corto.
—¡No cortes, chaval! —vociferó Kurtz—. ¡Te lo prohíbo! Se oyó un clic de gran
nitidez, y el altavoz se cargó de un ruido de fondo de estática.
—Ha cortado —dijo Perlmutter—. Tiene desconectado el micro y ha apagado el
receptor.
—Bueno, pero ya le habéis oído —dijo Cambry—. Esto no tiene sentido.
Renunciad.
A Kurtz le palpitaba una vena en medio de la frente.
—Claro, como que voy a creerme lo que diga ese. Después de la que ha montado
en la base…
—¡Pero ha dicho la verdad! —se exasperó Cambry. Por primera vez miró a Kurtz
abriendo mucho los párpados, en cuyas comisuras había manchas de Ripley, o byrus,
o como se quisiera llamar, y le roció de baba las mejillas, la frente y la superficie de
su mascarilla protectora—. ¡Le he oído los pensamientos! ¡Los suyos y los de Pearly!
¡DECÍA LA PURA VERDAD! ¡DECÍA…!
Kurtz dio otra prueba de su increíble rapidez de movimientos, desenfundando la
pistola de nueve milímetros de la cartuchera del cinturón y disparando. Dentro del
Humvee, la detonación fue ensordecedora. Freddy gritó de sorpresa y dio otro golpe
de volante, haciendo que el vehículo iniciara un derrape en diagonal por la nieve.
Perlmutter, chillando, giró la cabeza, horrorizada y manchada de rojo, para mirar el
asiento de detrás. Cambry no había tenido ninguna oportunidad. Le habían salido los
sesos por el cogote y la ventanilla rota. Antes de que tuviera tiempo de levantar una
mano en señal de protesta, ya se los llevaba la tormenta.
No te lo esperabas, ¿eh, chaval?, pensó Kurtz. ¿A que esta vez no te ha servido de
nada la telepatía?
—No —dijo Pearly, gemebundo—. Alguien que no sabe qué va a hacer hasta que
lo hace es un caso perdido. Con los locos no hay gran cosa que hacer.
Kurtz le apuntó con el arma.
—Venga, dímelo otra vez. Que te oiga volver a llamarme loco.
—Loco —dijo enseguida Pearly, y le ensanchó la boca una sonrisa que dejó a la
vista varios huecos en la dentadura—. Loco, loco, loco. Por mucho que te lo diga no
me pegarás un tiro. Ya has matado al refuerzo, que era lo máximo que podías
permitirte.
Empezaba a levantar demasiado la voz. El cadáver de Cambry chocó con la
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