Page 463 - El cazador de sueños
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comprobado que no tengas ningún corte en la mano. Porque no hacen falta más.
La mano de Freddy quedó suspendida a medio camino, hasta que volvió a
apoyarse en el volante.
—Y hablando del tema, Freddy, también te aconsejo que tengas cuidado. Si crees
que el «jefe» piensa dejar testigos, es que estás loco.
—Eso, loco —dijo Kurtz de corazón, y se rió entre dientes—. Hay muchos
granjeros que se vuelven locos. Será que es una vida muy sufrida. Frank Roberts
vendió la granja poco después de lo de los pozos, se fue a vivir a Wichita y entró de
representante en una empresa, pero resulta que los pozos ni siquiera estaban
contaminados. Hizo pruebas un inspector de aguas del estado, y salió que era potable.
El inspector dijo que no era una vía de transmisión de la rabia. Me gustaría saber si lo
es del Ripley.
—Al menos podría usar el nombre de verdad —dijo, o escupió, Cambry—. Se
llama byrus.
—Byrus, Ripley… ¿Qué más da? —dijo Kurtz—. Están intentando envenenar
nuestros pozos, contaminar nuestros preciosos fluidos, como dijo no sé quién.
—¡Eso a usted le importa un carajo! —soltó Perlmutter con tanta animosidad en
la voz que Freddy se sobresaltó—. Sólo le importa pillar a Underhill. —Y añadió
apenadamente, después de una pausa—: Usted sí que está loco, jefe.
—¡Owen! —exclamó Kurtz, más alegre que unas pascuas—. ¡Casi se me había
olvidado! ¿Dónde está, nenes?
—Delante —dijo Cambry, resentido—. Atascado en la puta nieve.
—¡Fabuloso! —tronó Kurtz—. ¡Nos acercamos!
—No se emocione, que está saliendo. Tiene un Humvee, igual que nosotros. Con
un trasto así y sabiendo conducirlo, se puede cruzar el infierno. Y parece que sabe.
—Lástima. ¿Nos hemos acercado algo?
—No mucho —dijo Pearly.
Cambió de postura, hizo una mueca y se tiró otra ventosidad.
—¡Jodeer! —dijo Freddy en voz baja.
—Freddy, dame el micro. Por el canal común, que es el que le gusta a nuestro
amigo Owen.
Freddy estiró el cable, que se había enrollado, le pasó el micro a Kurtz, hizo un
ajuste en el transmisor fijado con tornillos al salpicadero y dijo:
—Ya puede hablar, jefe.
Kurtz presionó el botón lateral del micro.
—¿Owen? ¿Me oyes, chaval?
Silencio, estática y el aullido monótono del viento. Cuando Kurtz se disponía a
volver a apretar el botón de transmisión y realizar otro intento, se oyó la voz de Owen
con poco ruido de estática y nula distorsión. Kurtz no cambió de cara (conservó la
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