Page 533 - El cazador de sueños
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Jonesy ya llevaba doce o catorce vueltas por el despacho. Se detuvo un momento
detrás de la silla del escritorio, tocándose la cadera distraídamente, y emprendió la
enésima ronda sin interrumpir el recuento de pasos. Siempre tan obsesivo-
compulsivo, este Jonesy.
Uno… dos… tres…
Lo de la rusa era una historia muy buena, el típico cuento de terror elevado a sus
mayores cotas (donde se codeaba con otros del tipo casas encantadas que han
presenciado asesinatos múltiples, accidentes de carretera horrendos…). Por otro lado,
era indudable que aclaraba los planes del señor Gray referentes al pobre collie Lad,
pero ¿de qué le servía a Jonesy saber adonde iba el señor Gray? En el fondo…
Otra vez a la silla, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, y… eh, eh, un momento.
¿Aquí qué coño pasa? ¿La primera vuelta del despacho no la había hecho en sólo
treinta y cuatro pasos? Entonces ¿cómo podía ser que ahora hicieran falta cincuenta?
Ni arrastraba los pies ni daba pasitos cortos, conque… Lo has estado agrandando,
pensó. A cada vuelta se ha hecho un poco mayor. La habitación es tuya, ¿no? Seguro
que si quisieras podrías hacerla tan grande como la sala de baile del Waldorf-
Astoria… y sin poder remediarlo el señor Gray.
—¿En serio? —susurró Jonesy detrás de la silla y con una mano en el respaldo,
como posando para un retrato. La pregunta no requería respuesta. Bastaba con mirar.
En efecto, la habitación había crecido.
Venía Henry. Si le acompañaba Duddits, sería facilísimo seguir al señor Gray,
aunque cambiara mil veces de vehículo, porque Duddits veía la línea. Primero les
había llevado en sueños hasta Richie Grenadeau, después, en la realidad, hasta Josie
Rinkenhauer, y ahora le costaría tan poco orientar a Henry como a un lebrel encontrar
la madriguera del zorro. El problema era la puñetera ventaja del señor Gray, como
mínimo de una hora. En cuanto el señor Gray hubiera arrojado al perro por la tubería,
ya no habría nada que hacer. En teoría quedaría tiempo para cerrar el suministro de
agua de Boston, pero sólo si Henry conseguía convencer a alguien de que tomara una
medida tan drástica, y eso Jonesy lo dudaba. Además, ¿y toda la gente que bebería
agua casi enseguida a medio camino? Seis mil quinientos en Ware, mil cien en Athol,
y en Worcester más de quince mil. En todos esos casos, el margen no sería de meses,
sino de semanas, y en algunos de días.
¿Había alguna manera de entorpecer el avance de aquel hijo de puta, y de darle a
Henry la oportunidad de recortar distancias?
Jonesy miró el atrapasueños, y en ese momento cambió algo en la sala: se oyó
una especie de suspiro, como los que se supone que hacen los fantasmas en las
sesiones de espiritismo. Pero no era ningún fantasma, y Jonesy notó un cosquilleo en
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