Page 529 - El cazador de sueños
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por qué tuberías municipales recorriera los últimos diez o quince kilómetros, podía
           ser la más pura, la más buena del mundo: tal era la buena nueva que quería difundir la
           compañía.

               «Pues no sé decírselo», había contestado Lorrington, haciendo pensar a Jonesy:
           «¡Anda! Me parece que nuestro guía acaba de soltar una mentirijilla.»
               Cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres, otra vez con el respaldo delante y

           en el punto de partida de otra ronda. Ahora un poco más deprisa, con las manos en la
           espalda como un capitán de barco dando zancadas por la cubierta… o en la bodega
           del barco, después de tener éxito un motín. A eso, pensó, se limitaba el asunto.

               Jonesy había sido profesor de historia casi toda la vida, y tenía el reflejo de la
           curiosidad. Un par de días después había ido a la biblioteca, había buscado la noticia
           en el periódico local y al final la había encontrado. Era corta y concisa (en el mismo

           número había artículos sobre fiestas de sociedad más detallados y retóricos), pero el
           cartero  sabía  más,  y  tenía  ganas  de  contarlo.  El  señor  Beckwith.  Jonesy  aún  se

           acordaba de lo último que había dicho antes de que volviera a arrancar la camioneta
           azul y blanca de correos, y de que continuara por Osborne Road hacia la próxima
           casa. En verano, el extremo sur del lago recibía mucho correo. Caminando de vuelta
           hacia  el  regalo  inesperado  de  él  y  Carla,  la  casa,  Jonesy  había  pensado  que  se

           entendía que Lorrington no hubiera querido decir nada de la rusa.
               Malo, muy malo para las relaciones públicas.

















































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