Page 541 - El cazador de sueños
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           La entidad que ahora se denominaba a sí misma «señor Gray» (y que se concebía
           como tal) tenía un problema grave, pero al menos era consciente de tenerlo.

               «Hombre prevenido vale por dos», decía Jonesy. Las cajas del almacén de Jonesy
           contenían dichos así a centenares, o a millares. Algunos, al señor Gray, le parecían
           incomprensibles (como «cada oveja con su pareja», o «a río revuelto, ganancia de

           pescadores»), pero «hombre prevenido vale por los dos» estaba bien.
               El mejor resumen de su problema eran los sentimientos que le merecía Jonesy.

           Claro que ya era bastante grave tener sentimientos. Podía pensar: «Ahora Jonesy está
           aislado  y  tengo  el  problema  resuelto;  le  he  puesto  en  cuarentena  como  querían
           ponernos a nosotros los militares. Me están siguiendo, o persiguiendo, pero, como no
           me falle el motor o tenga un pinchazo, ninguno de los grupos de perseguidores tiene

           muchas posibilidades de cogerme. Les llevo demasiada ventaja.»
               Eran  datos,  verdades,  pero  insípidas.  Lo  sabroso  era  la  idea  de  acercarse  a  la

           puerta que tenía aprisionado a su huésped a la fuerza y gritarle: «¿Qué? Estás jodido,
           ¿eh? ¿A que te he hecho una putada?» El señor Gray no veía ninguna relación con las
           putas, pero, dentro del arsenal de Jonesy, era una bala de calibre emocional bastante
           alto,  con  ecos  de  infancia  profundos  y  satisfactorios.  Después  metería  entre  los

           dientes la lengua de Jonesy («que ahora es mía», pensó con innegable satisfacción) y
           le haría «una pedorreta de las buenas».

               Respecto a los que le perseguían, tenía ganas de bajarse los pantalones de Jonesy
           y enseñarles el culo de Jonesy. Tampoco tenía mucho sentido, pero le apetecía.
               El  señor  Gray  se  dio  cuenta  de  que  se  le  había  contagiado  el  byrus  de  aquel
           mundo.  Empezaba  por  las  emociones,  progresaba  hacia  la  conciencia  sensorial  (el

           sabor  de  la  comida,  el  placer  salvaje  pero  indiscutible  de  hacer  que  el  policía  se
           partiera la cabeza en la pared de baldosas del lavabo, con aquel «pum, pum, pum»

           que sonaba a hueco) y terminaba en lo que llamaba Jonesy «pensamiento elevado».
           Al señor Gray le parecía un chiste, como llamar comida reprocesada a la mierda o
           limpieza étnica al genocidio, pero el «pensamiento» no carecía de atractivos para un

           ser que siempre había formado parte de una mente vegetativa, de una especie de no-
           conciencia muy inteligente.
               Antes de quedar aislado, Jonesy le había propuesto que renunciara a su misión y

           disfrutara siendo humano. Ahora el señor Gray estaba descubriendo el mismo deseo
           en su interior, a medida que su mente «no-consciente», que hasta entonces había sido
           armónica,  empezaba  a  fragmentarse  y  se  convertía  en  un  guirigay  de  voces

           encontradas, algunas de las cuales querían A, otras B y otras Q al cuadrado y dividido
           por Z. Lo previsible habría sido aborrecer tanta cháchara, considerarla una locura,
           pero empezaba a descubrir que no, que le iba la marcha.



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