Page 546 - El cazador de sueños
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el  cinturón  con  que  aguantarse  los  pantalones  después  de  haberse  quedado  sin
           pantalones.
               —¿Me lo prometes?

               A Pearly le salió la lengua de la boca, una lengua con pelusa roja, y lamió sus
           labios agrietados.
               —Si  es  mentira,  que  me  muera  aquí  mismo  —dijo  Kurtz  con  solemnidad—.

           ¡Coño, chavalín, léeme el coco!
               Pearly le miró fijamente, y Kurtz casi notó sus dedos dentro de la cabeza (ahora
           con pelusa roja debajo de cada uña). Era una sensación asquerosa, pero la soportó.

               Perlmutter debía de haber quedado satisfecho, porque asintió con la cabeza.
               —Ahora capto más —dijo. Entonces se le redujo la voz a un susurro confidencial
           y horrorizado—. ¿Sabes que se me está comiendo? Se me come los intestinos. Lo

           noto.
               Kurtz le dio unas palmaditas en el brazo. Estaban pasando al lado de una señal de

           BIENVENIDOS A MASSACHUSETTS.
               —Tranquilo,  nene,  que  te  cuido  yo.  Te  lo  he  prometido,  ¿no?  Mientras  tanto,
           dime qué recibes.
               —El señor Gray para. Tiene hambre.

               Kurtz, que había dejado la mano en el brazo de Perlmutter, se lo apretó con más
           fuerza, convirtiendo sus uñas en garras.

               —¿Dónde?
               —Cerca de su objetivo. Es una tienda. Jonesy sabe que vienen Henry, Owen y
           Duddits. Por eso ha hecho que pare el señor Gray.
               La idea de que Owen diera alcance a Jonesy/señor Gray produjo pánico a Kurtz.

               —Escúchame bien, Archie.
               —Tengo sed —se quejó Perlmutter—. ¡Cabrón, que tengo sed!

               Kurtz  le  puso  la  botella  de  Pepsi  delante  de  los  ojos,  pero  apartó  la  mano  de
           Perlmutter en cuanto la vio acercarse.
               —¿Henry, Owen y Duddits saben que Jonesy y el señor Gray han parado?
               Perlmutter gritó de dolor y se cogió la barriga, que volvía a inflársele.

               —¡Sí, ya lo saben! ¡Duddits ha ayudado a Jonesy a meterle hambre al señor Gray!
           ¡Lo han hecho entre él y Jonesy!

               —Esto no me gusta —dijo Freddy.
               Anda, guapo, ni a mí, pensó Kurtz.
               —Jefe, por favor —dijo Pearly—, que me muero de sed.

               Kurtz le dio la botella y miró con mala cara cómo se la bebía.
               —495, jefe —anunció Freddy—. ¿Qué hago?
               —Cógela —dijo Perlmutter—. Y luego la 90 hacia el oeste. —Soltó un eructo,

           ruidoso pero por suerte inodoro—. La cosa quiere otra Pepsi. Le gusta el azúcar. Y la




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