Page 551 - El cazador de sueños
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volvió a detenerse y se quedó un poco de pan. A los pocos segundos volvía a estar
delante del mostrador. Deke casi olía el cansancio que le salía por los poros. Y la
locura. El hombre depositó sus compras y dijo: —Bocadillos de beicon con mayonesa
y pan de molde. Es lo mejor.
Y sonrió. Era una sonrisa de una sinceridad tan cansada y desgarradora que a
Deke se le olvidó un poco el miedo.
Tendió el brazo sin pensárselo.
—Oiga, ¿se encuentra bien?
Se le quedó la mano a medio camino como si hubiera chocado con una pared.
Después le tembló en el mostrador, y por último saltó y le dio una bofetada en su
propia cara. ¡Plaf! La mano se retiró con lentitud y se quedó flotando. Poco a poco se
doblaron los dedos anular y meñique.
«¡No le mates!»
«¡Sal a impedírmelo!»
«A ver si lo intento y te llevas una sorpresa.»
Eran voces dentro de su cabeza.
La mano siguió deslizándose en su cojín de aire, y el índice y el corazón se le
metieron a Deke en los agujeros de la nariz. Al principio se quedaron quietos, pero
después empezaron a hurgar. ¡Dios mío! Y Deke McCaskell tenía muchos hábitos
reprobables, pero no el de morderse las uñas. Al principio los dedos no querían
meterse mucho, pero, cuando empezó a correr la sangre lubricante, se pusieron
francamente juguetones. Parecían gusanos. Las uñas sucias se clavaban como garras.
Siguieron penetrando, excavando hacia el cerebro… notó que se rompía el
cartílago… lo oyó…
«¡Basta, señor Gray! ¡Basta!»
Y de repente Deke recuperó la posesión de sus dedos. Los sacó con un ruido
húmedo y cayeron gotas de sangre en el mostrador, la alfombrilla de goma para el
cambio y la tía desnuda pero con gafas cuya anatomía había estado examinando Deke
al entrar aquel ser.
—¿Qué le debo, Deke?
—¡Lléveselo! —El mismo graznido, pero ahora nasal, porque tenía sangre
tapándole la nariz—. ¡Lléveselo gratis y márchese! ¡Que se vaya, coño!
—No, insisto. Esto es comercio, intercambio de artículos con valor por moneda
de cambio.
—¡Tres dólares! —exclamó Deke.
Empezaba a reaccionar. Le latía muy deprisa el corazón, y la adrenalina le hacía
palpitar los músculos. Vio posible que se marchara el ser, lo cual empeoraba las cosas
en grado infinito: estar tan cerca de seguir viviendo, pero sabiendo que dependía del
capricho de aquel loco de mierda.
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