Page 549 - El cazador de sueños
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Deke  tragó  saliva.  Había  pensado  «como  no  fuera  un  loco».  Pues  bien,  quizá
           hubiera  entrado  uno.  Quizá  el  nuevo  cliente  fuera  de  aquellos  psicópatas  que
           acababan de cargarse a toda la parentela y tenían ganas de dar un paseíto y pelarse a

           unos cuantos más antes de ponerse el cañón en la boca.
               Deke, de por sí, no era paranoico (su ex mujer habría dicho que de por sí era
           gilipollas), pero de repente se sintió amenazado por el primer cliente de la tarde. No

           tenía demasiada afición a la típica gente que aparecía por la tienda sólo para dar una
           vuelta y quedarse hasta las tantas comentando el último partido de los Patriots o los
           Red Sox, o el pedazo de bicho que había pescado en el embalse (mentira), pero ahora

           le habría gustado tener dentro a alguien así. Todo un grupo, si no era mucho pedir.
               Al principio, el cliente se quedó al lado de la puerta, y un poco raro sí era. No
           porque  llevara  chaqueta  naranja  de  cazador  y  en  Massachusetts  no  se  hubiera

           levantado la veda del ciervo. No tenía por qué ser mala señal. Lo que le hizo menos
           gracia a Deke fueron los arañazos que tenía en la cara, como si hiciera como mínimo

           dos días que rondaba por el bosque, y lo chupado que le vio, con cara de no estar muy
           bien de la cabeza. Movía la boca como hablando solo. Y otra cosa: la luz gris que
           entraba por el escaparate sucio se le reflejaba de manera extraña en los labios y la
           barbilla.

               Babea, el muy cabrón, pensó Deke. Fijo que babea.
               La cabeza del recién llegado se movía como por tics, a diferencia de su cuerpo,

           que se mantenía inmóvil, recordándole a Deke la inmovilidad de los búhos acechando
           presas  desde  una  rama.  Deke  tuvo  la  ocurrencia  de  bajar  de  la  silla  y  esconderse
           detrás del mostrador, pero no tuvo tiempo de valorar los pros y los contras de la idea
           (otra cosa que habría dicho su mujer era que no destacaba por su rapidez de reflejos

           mentales),  porque  la  cabeza  del  desconocido  efectuó  otro  movimiento  rápido  y  se
           orientó hacia él.

               La  parte  racional  del  cerebro  de  Deke  había  albergado  la  esperanza  (que  no
           llegaba  a  idea  coherente)  de  que  fueran  imaginaciones  suyas,  de  que  hubieran
           acabado  por  afectarle  tantas  noticias  raras  y  rumores  aún  más  raros  del  norte  de
           Maine, debidamente recogidos por la prensa. A lo mejor era una persona normal que

           quería un paquete de tabaco, un pack de cervezas o una botella de licor de café y una
           revista  porno  para  pasar  la  noche  en  un  motel  de  los  alrededores  de  Ware  o

           Belchertown.
               La esperanza sucumbió a la mirada del presunto cliente.
               No era la mirada obsesiva del psicópata que acaba de matar a toda la familia y se

           pasea  sin  rumbo.  Casi  habría  sido  preferible.  No  era  una  mirada  inexpresiva,
           enajenada, sino demasiado expresiva. Se le adivinaban millones de pensamientos e
           ideas, como en un teletipo con demasiadas revoluciones. Casi parecía que estuvieran

           a punto de saltar de las órbitas.




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