Page 542 - El cazador de sueños
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Estaba el beicon. Estaba el «sexo con Carla», identificado por la mente de Jonesy
           como  un  gozo  superlativo,  con  aportaciones  tanto  sensoriales  como  emocionales.
           Estaba  conducir  deprisa,  jugar  a  billar  en  el  bar  de  O'Leary,  la  cerveza  y  los

           conciertos en directo a todo volumen. Estaba ver el paisaje saliendo de la niebla en
           una mañana de verano. Y el asesinato, por descontado. Todo eso.
               El  problema  del  señor  Gray  era  que,  si  no  ejecutaba  el  plan  deprisa,  corría  el

           peligro de no ejecutarlo. Ya no era byrum, sino el señor Gray. ¿Cuánto faltaba para
           decirle adiós al señor Gray y convertirse en Jonesy?
               No, eso jamás, pensó. Pisó el acelerador, y el Subaru le dio lo poco que tenía. En

           el asiento de atrás, el perro soltó un ladrido agudo… y aulló de dolor. El señor Gray
           proyectó su mente y tocó el byrum que crecía dentro del perro. Crecía deprisa, casi
           demasiado. Otro problema: que los contactos mentales con el byrum no entrañasen

           ningún placer, ni gota de la calidez propia de los encuentros entre iguales. La mente
           del byrum se tocaba fría… repugnante…

               —Como  de  extraterrestre  —murmuró.  Aun  así  la  apaciguó.  Era  necesario
           mantenerlo dentro del perro hasta el momento de arrojar a éste al suministro de agua.
           Le haría falta tiempo para adaptarse. El perro se ahogaría, pero el byrum aún tendría
           un plazo de vida para alimentarse del cadáver del animal hasta que llegara la hora.

           Sin embargo, en primer lugar había que meterlo en la tubería. Ya no faltaba mucho.
               Mientras seguía conduciendo en dirección oeste por la 1-90, y veía pasar pueblos

           (de mala muerte, como decía, no sin afecto, Jonesy) como Westborough, Grafton y
           Dorothy Pond (ya estaba cerca, sólo faltaban unos setenta kilómetros), buscó algún
           sitio donde guardar su nueva conciencia, para que no le incomodara ni le metiera en
           líos. Probó con los hijos de Jonesy, pero se arredró: demasiado emocional. Volvió a

           intentarlo  con  Duddits,  pero  seguía  estando  en  blanco.  Jonesy  le  había  robado  los
           recuerdos. Acabó decidiéndose por el trabajo de Jonesy, que consistía en dar clases de

           historia, y su especialidad, dotada de una truculenta seducción. Al parecer, entre 1860
           y 1865 Estados Unidos se había partido en dos, como las colonias de byrus antes del
           final de cada ciclo de crecimiento. Entre las causas, harto diversas, la principal tenía
           que  ver  con  la  «esclavitud»,  aunque  volvía  a  ser  como  referirse  a  la  mierda  o  el

           vómito como comida reprocesada. «Esclavitud» no quería decir nada. «Derecho de
           secesión», tampoco. «Proteger la Unión» no tenía sentido. En el fondo habían hecho

           lo que sabían hacer mejor: «enfadarse». Pero ¡a qué escala!
               Mientras el señor Gray investigaba cajas y más cajas de armamento fascinante
           (balas de cañón, bayonetas, minas de tierra), se entrometió una voz.


               beicon

               Rechazó la idea, aunque se quejara el estómago de Jonesy. En efecto, le apetecía
           un poco de beicon, que era carnoso, graso y provocaba una satisfacción primitiva y
           física, pero no era el momento adecuado. Quizá después de haberse librado del perro;



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