Page 55 - El cazador de sueños
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repente…
               —¡Usted dirá! —dijo McCarthy con amargura—. Con tanto satélite, tanto radar y
           tantos  trastos  podrían  acertar  un  poco  más,  ¿no?  «Buen  tiempo  y  frío  moderado,

           propio de esta época del año.» ¡Ríete tú!
               Jonesy miró al hombre, o lo que dejaba a la vista el edredón (que sólo era la cara
           roja y el pelo castaño de calvo incipiente), con cierta perplejidad. Las previsiones que

           había  oído  él  (y  Pete,  y  Henry,  y  Beaver)  llevaban  dos  días  hablando  de  nieve.
           Algunos  hombres  del  tiempo  se  cubrían  las  espaldas  diciendo  que  la  nieve  podía
           cambiar a lluvia, pero el de la emisora de Castle Rock, por la mañana (era la única

           radio que se cogía en la cabaña, y mal, con mucha estática), había mencionado una
           zona  de  bajas  presiones  (lo  que  se  llamaba  un  Alberta  Clipper)  moviéndose  muy
           deprisa,  quince  o  veinte  centímetros,  y  a  continuación,  si  seguían  bajas  las

           temperaturas y no se alejaban las bajas presiones hacia el mar, quizá una borrasca del
           nordeste. Jonesy no sabía de dónde sacaba McCarthy los pronósticos del tiempo, pero

           de la misma emisora seguro que no. Lo más probable era que sufriera una confusión.
           Motivos no le faltaban.
               —Oiga,  si  quiere  pongo  a  calentar  un  poco  de  sopa.  ¿Le  apetece,  señor
           McCarthy?

               McCarthy sonrió, agradecido.
               —Me parece muy bien —dijo—. Ayer por la noche me dolía la barriga, y esta

           mañana no se podía aguantar, pero ahora me encuentro bastante mejor.
               —Los nervios —dijo Jonesy—. Yo lo habría vomitado todo. Seguro que hasta me
           habría cagado encima.
               —No,  vomitar  no  vomité  —dijo  McCarthy—.  Estoy  casi  seguro  de  que  no,

           aunque… —Volvió a sacudir la cabeza. Era como un tic—. No sé. Lo tengo todo tan
           confuso que parece que haya tenido una pesadilla.

               —Pues ya se ha acabado —dijo Jonesy.
               Le pareció un poco tonto decirlo, pero era evidente que aquel hombre necesitaba
           que le dieran ánimos.
               —Menos mal —dijo McCarthy—. Gracias. Y sí que me apetece un poco de sopa.

               —Hay de tomate y de pollo. ¿Cuál le apetece?
               —La  de  pollo  —dijo  McCarthy—.  Mi  madre  siempre  decía  que  cuando  estás

           pachucho lo mejor es sopa de pollo.
               Lo  dijo  con  una  mueca  de  burla,  y  Jonesy  intentó  disimular  la  impresión.  Los
           dientes de McCarthy eran blancos y regulares, tanto que en un hombre de su edad

           (rondaría los cuarenta y cinco) sólo podían ser fundas. La contrapartida era que le
           faltaban como mínimo cuatro: los colmillos de arriba y, abajo, los dos de delante, que
           no sabía Jonesy cómo se llamaban. Lo que sí sabía era que McCarthy no se daba

           cuenta de haberlos perdido. Nadie que fuera consciente de tener unos huecos así en la




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