Page 565 - El cazador de sueños
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           Dos postes de piedra señalaban la entrada a la extensa zona natural del embalse de
           Quabbin. A partir de ellos, la carretera se reducía a un solo carril, y Henry tuvo la

           sensación de completar un círculo. No era Massachusetts, era Maine, y, aunque el
           letrero  atestiguara  que  entraban  en  el  Quabbin,  en  realidad  volvía  a  ser  Deep  Cut
           Road. Era una sensación tan poderosa que hasta miró el cielo gris con cierta previsión

           de encontrar luces moviéndose. En lugar de ellas vio un águila calva volando tan bajo
           que casi se podía tocar. El ave se posó en la rama inferior de un pino y les vio pasar.

               Duddits separó la cabeza del cristal frío y dijo:
               —Ora ezeñó Gue camina.
               El corazón de Henry dio un brinco.
               —¿Has oído, Owen?

               —Sí —dijo Owen, y aceleró un poco más.
               La nieve medio deshecha de la calzada presentaba el mismo peligro que el hielo.

           Ahora  que  habían  abandonado  las  carreteras  estatales,  sólo  quedaba  un  carril  que
           llevara hacia el norte, hacia el embalse.
               Ahora dejaremos rastro, pensó Henry. Si Kurtz llega hasta aquí, no le hará falta
           telepatía.

               Duddits gimió, se tocó la barriga y tiritó de pies a cabeza.
               —Eni, etoy enfemo. Duddi tanfemo.

               Henry le acarició la frente sin pelo, y no le gustó que estuviera tan caliente. ¿Y
           ahora? Casi seguro que lo siguiente serían ataques. Con lo flojo que estaba Duddits,
           no sobreviviría a uno grave. En el fondo era lo mejor que podía pasarle, pero la idea
           era dolorosa. Henry Devlin, el aspirante a suicida. Y, al final, la oscuridad no se lo

           tragaba a él, sino a sus amigos, uno por uno.
               —Tranquilo, Duds, que falta poco.

               No obstante, intuía que ese poco era lo peor.
               Volvieron a abrirse los ojos de Duddits.
               —Ezeñó Gué… zatacao.

               —¿Qué? —preguntó Owen—, No lo he entendido.
               —Dice  que  el  señor  Gray  se  ha  atascado  —contestó  Henry,  que  acariciaba  la
           frente de Duddits deseando que hubiera pelo y acordándose de cuando lo había. El

           pelo rubio de Duddits, tan bonito. Su llanto les había dolido, se les había clavado en
           la cabeza como un cuchillo desafilado, pero ¡qué felices les hacía su risa! Oyendo reír
           a Duddits Cavell, volvían a creerse los cuentos chinos de toda la vida: que era buena

           la  vida,  que  tenía  sentido  vivir,  tanto  de  niños  como  de  adultos.  Que,  además  de
           oscuridad, había luz.
               —Y ¿por qué no tira el perro al embalse, que sería más fácil? —preguntó Owen,



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