Page 562 - El cazador de sueños
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de Jonesy—. ¡Hay que joderse!
               Se proyectó hacia atrás, hacia los que le perseguían, pero lo único claro que captó
           fue  una  sensación  de  proximidad.  Había  dos  grupos,  y  el  que  estaba  más  cerca

           contaba  con  Duddits.  El  señor  Gray  le  tenía  miedo.  Notaba  que  era  el  mayor
           responsable de que aquella misión se hubiera convertido en un engorro tan grande, en
           algo tan irritante. La cuestión era conservar la ventaja sobre Duddits. Habría sido útil

           conocer la distancia exacta, pero le estaban bloqueando los tres: Duddits, Jonesy y el
           que se llamaba Henry. Entre todos, generaban una fuerza que el señor Gray nunca
           había experimentado, y que le daba miedo.

               —Aunque aún tengo bastante ventaja —le dijo a Jonesy saliendo del coche.
               Resbaló, soltó una palabrota de Beaver y dio un portazo. Volvía a nevar. El cielo
           estaba lleno de copos gruesos y blancos, como de confeti; copos que aterrizaban en

           las  mejillas  de  Jonesy.  A  duras  penas  consiguió  el  señor  Gray  ponerse  detrás  del
           automóvil, porque el barro estaba muy resbaladizo. Dedicó unos segundos a examinar

           el conducto metálico que sobresalía del fondo de la zanja donde se había quedado
           atascado el coche. (Hasta cierto punto, el señor Gray también había caído víctima de
           la  curiosidad  de  su  huésped,  una  curiosidad  que  de  bien  poco  servía,  pero  que  se
           contagiaba a velocidad de escándalo.) A continuación se desplazó hacia la puerta del

           copiloto, diciendo:
               —A los capullos de tus amigos les voy a dar una paliza que se van a enterar.

               La  provocación  quedó  sin  respuesta,  pero  percibía  tanto  a  Jonesy  como  a  los
           demás. Aunque estuviera callado, seguía siendo la misma espina en la garganta de
           antes.
               Que se fuera a la mierda. El problema era el perro. Estaba a punto de salir el

           byrum. ¿Cómo transportar al animal?
               Volvió al almacén de Jonesy. Al principio no encontró nada… hasta que apareció

           una  imagen  de  «catequesis»,  algo  que  hacía  Jonesy  de  niño  para  aprender  sobre
           «Dios» y «el hijo de Dios». Por lo visto, el tal hijo había sido un byrum, creador de
           una  cultura  byrus  que  la  mente  de  Jonesy  identificaba  al  mismo  tiempo  como
           «cristianismo» y «gilipollez». La imagen, muy nítida, procedía de un libro titulado

           «la Biblia», y enseñaba al «hijo de Dios» llevando un cordero. Las patas delanteras
           del animal le colgaban al «hijo de Dios» en un lado del pecho, y las traseras en el

           otro.
               Serviría.
               El señor Gray sacó al perro dormido y se lo echó a la espalda. Ya pesaba mucho

           (daba rabia lo débiles que eran los músculos de Jonesy), y pesaría más cuando llegara
           el señor Gray a su meta. Pero llegaría.
               Se internó por East Street, pisando una capa de nieve en aumento y con el collie

           dormido en el cuello, como una estola de piel.




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