Page 557 - El cazador de sueños
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de estacionamiento de la tienda, y de camino hacia Ware había tenido que parar otras
           dos veces, sacar la cabeza por la ventanilla y descargar un par de kilos de beicon
           crudo con una fuerza casi convulsiva.

               Paso siguiente, la diarrea. Se había detenido en la gasolinera Mobil de la carretera
           9  y  casi  no  había  tenido  tiempo  de  llegar  al  servicio  de  caballeros.  Fuera  de  la
           gasolinera ponía GASOLINA BARATA SERVICIOS LIMPIOS, pero, al marcharse el

           señor Gray, lo de los «servicios limpios» ya estaba desfasado. Henry consideró un
           plus que no matara a nadie durante su estancia en la gasolinera.
               Antes  de  desviarse  por  la  carretera  de  acceso  al  Quabbin,  el  señor  Gray  había

           tenido  que  parar  otras  dos  veces  y  meterse  corriendo  en  el  bosque  llovido,  para
           intentar evacuar los castigados intestinos de Jonesy. Para entonces ya no caían gotas
           de lluvia, sino copos enormes de nieve medio fundida. El cuerpo de Jonesy se había

           debilitado tanto que Henry ponía sus esperanzas en un desmayo, que de momento no
           se producía.

               El señor Gray estaba muy enfadado con Jonesy; al volver a ponerse al volante,
           después de la segunda incursión forestal, rabiaba sin parar. Todo era culpa de Jonesy.
           Le había tendido una trampa. Ni palabra de su hambre, ni de la tragonería con que
           había comido, parando entre bocado y bocado lo justo para chuparse los dedos. Henry

           ya  estaba  acostumbrado  a  ver  en  sus  pacientes  aquella  manera  de  manipular  los
           hechos  (exagerar  unos  e  ignorar  otros).  El  señor  Gray  era  una  reedición  de  Barry

           Newman.
               ¡Qué humano se está volviendo!, pensó. ¡Qué cambio más interesante!
               —Cuando  dices  que  ha  llegado  —preguntó  Owen—,  ¿hasta  qué  punto  ha
           llegado?

               —No lo sé. Vuelve a estar bastante bloqueado. Duddits, ¿tú oyes a Jonesy?
               Duddits miró a Henry con cara de cansado y negó con la cabeza.

               —Ezeñó  Gue  nozaquitado  la  baraja  —dijo.  «El  señor  Gray  nos  ha  quitado  la
           baraja.» Era una manera de hablar. Duddits no tenía vocabulario para explicar lo que
           de veras había pasado, pero Henry le leía los pensamientos. A pesar de que el señor
           Gray no pudiera acceder al refugio de Jonesy y llevarse las cartas, había conseguido

           dejarlas en blanco.
               —¿Y tú, Duddits? ¿Cómo vas? —dijo Owen, mirando por el retrovisor.

               —Yo bie —dijo Duddits, poniéndose a temblar. Tenía la fiambrera amarilla en las
           rodillas,  con  la  bolsa  marrón  de  medicamentos  dentro  y  aquella  cosa  extraña  de
           cordel. Llevaba puesta la parka grande, que le abrigaba todo el cuerpo, y sin embargo

           tiritaba.
               Se nos va deprisa, pensó Owen, mientras Henry volvía a humedecerle la cara a su
           amigo.

               El  Humvee  derrapó  en  un  tramo  resbaladizo,  estuvo  a  punto  de  provocar  un




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