Page 572 - El cazador de sueños
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           Cuando pasaron entre los postes de piedra que marcaban el ingreso al embalse, dijo
           Kurtz:

               —Para, Freddy. Ponte en el arcén. Freddy no cuestionó sus órdenes.
               —¿Tienes la automática, nene?
               Freddy la levantó. Una M-16 de toda la vida, de eficacia y fidelidad demostrada.

           Kurtz asintió.
               —¿Pistola?

               —Una Magnum, jefe.
               Y Kurtz la nueve milímetros, su favorita para trabajar de cerca. Era como quería
           trabajar: de cerca. Quería ver qué color tenían los sesos de Owen Underhill.
               —Freddy.

               —Sí, jefe.
               —Sólo  quería  decirte  que  es  mi  última  misión,  y  que  no  podría  tener  mejor

           compañero.
               Levantó la mano y le dio a Freddy un apretón en el hombro. Al lado de Freddy,
           Perlmutter roncaba boca arriba. Unos cinco minutos antes de llegar a los pilares de
           piedra, se había tirado varios pedos largos y de peste espectacular. Luego había vuelto

           a deshinchársele la barriga, suponía Kurtz que por última vez.
               Entretanto, los ojos de Freddy habían adquirido un brillo de gratitud. Kurtz estaba

           encantado. Por lo visto no había perdido del todo sus facultades.
               —Bueno, chavalín —dijo Kurtz—, pues a toda pastilla. ¿Oído?
               —Sí, señor.
               Kurtz consideró que ya no había objeciones al «señor». Ya podían olvidarse de

           los protocolos de la misión. Ahora eran dos forajidos cabalgando por las montañas de
           Massachusetts, como la banda de Bradley.

               Freddy señaló a Perlmutter con el pulgar, haciendo una mueca de evidente asco.
               —¿Quiere que intente despertarle, señor? Quizá ya no se pueda, pero…
               —¿Para qué? —preguntó Kurtz sin soltar el hombro de Freddy. Señaló a través

           del parabrisas, hacia donde la ruta de acceso se fundía en una pared blanca: la nieve.
           Aquella nieve de mil demonios que les había perseguido sin descanso, como la puta
           muerte pero de blanco en vez de negro. Ahora ya no se veía ni rastro del paso del

           Subaru, pero seguían apreciándose las huellas del Humvee que había robado Owen.
           Seguirlas sería pan comido, Dios mediante y yendo deprisa—. Creo que ya no nos
           hace ninguna falta, y me alegro. Venga, Freddy, arranca.

               El Humvee dio un par de coletazos y enderezó el rumbo. Kurtz sacó la nueve
           milímetros y se la aplicó a la pierna. Voy a por ti, Owen. Te voy a coger, chaval. Y te
           aconsejo que tengas preparado lo que quieras decirle a Dios, porque no tardarás ni



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