Page 574 - El cazador de sueños
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           El  despacho,  tan  bien  amueblado  y  decorado  (con  materiales  de  su  cerebro  y
           memoria), se caía a pedazos.

               Jonesy cojeaba sin descanso por la habitación, mirándola y apretando tanto los
           labios que se le habían puesto blancos. Tenía la frente sudada, a pesar de que hacía un
           frío de cojones.

               No era la caída de la casa Usher, sino la caída del despacho de Jonesy. Debajo
           hacía  tanto  ruido  la  caldera  que  Jonesy  sentía  temblar  el  suelo.  Entraban  cosas

           blancas por la rejilla (quizá fueran cristales de hielo), dejando en la pared un triángulo
           de polvillo. Su efecto sobre el forro de madera era doble: la pudría y la alabeaba.
           Fueron cayéndose los cuadros al suelo, como si se suicidasen. La silla Eames (la que
           siempre había soñado con tener) se partió en dos como si le hubieran asestado un

           hachazo invisible. Las planchas de caoba de las paredes empezaron a resquebrajarse y
           a desprenderse como piel muerta. Los cajones del escritorio cayeron uno a uno al

           suelo.  Las  persianas  que  había  instalado  el  señor  Gray  para  taparle  la  visión  del
           mundo  exterior  vibraban  con  un  ruido  metálico  incesante  que  a  Jonesy  le  daba
           dentera.
               No habría servido de nada llamar a gritos al señor Gray y preguntarle qué ocurría.

           Por otro lado, Jonesy tenía toda la información que necesitaba. Había hecho perder
           tiempo  al  señor  Gray,  pero  éste  no  sólo  le  había  plantado  cara,  sino  que  le  había

           vencido. Hurra por el señor Gray, que, o bien había alcanzado su meta, o estaba a
           punto de alcanzarla. La caída de los paneles de madera dejaba a la vista el pladur
           sucio de debajo: las paredes del despacho de Tracker Hermanos tal como lo habían
           visto cuatro chavales en 1978, muy juntos y con la frente en el cristal, mientras su

           nuevo  amigo,  que  les  había  hecho  caso  y  se  había  quedado  detrás,  esperaba  que
           acabasen y le llevaran a casa. Se desprendió otra placa y se cayó de la pared con

           ruido de papel rompiéndose. Debajo había un tablón de anuncios, sólo con una foto
           Polaroid. No era ninguna guapa oficial del instituto, no era Tina Jean Schlossinger,
           sino una mujer cualquiera con la falda levantada hasta las bragas. Qué tontería. De

           repente se arrugó la alfombra como si fuera piel, descubriendo las baldosas sucias de
           Tracker Hermanos, así como una serie de renacuajos blancos, condones de parejas
           que venían a follar bajo la mirada de desinterés de la mujer de la foto, que no era

           nadie en concreto, sólo el producto de un deseo hueco.
               Jonesy  daba  vueltas  cojeando.  Desde  los  primeros  días  del  accidente  no  había
           vuelto a dolerle tanto la cadera, y se comprendía: la tenía llena de astillas y cristales

           rotos, y le dolían una barbaridad los hombros y el cuello. En su último sprint, el señor
           Gray le estaba matando el cuerpo sin poder evitarlo Jonesy.
               Al atrapasueños no le había pasado nada, aunque se balanceaba con trayectorias



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