Page 578 - El cazador de sueños
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Se quedó de pie, levantando un poco la pierna derecha de Jonesy como un caballo
           con una piedra en el casco, y apoyándose en la puerta cerrada de la caseta. En cuanto
           el  dolor  remitió  un  poco,  usó  la  piedra  para  romper  el  cristal  de  la  ventana  de  la

           izquierda e infligió algunos cortes en la mano de Jonesy, uno de ellos profundo, pero
           les hizo tan poco caso como al hecho de que en la parte de arriba del marco hubieran
           quedado  varios  trozos  rotos  de  cristal,  que  colgaban  sobre  la  inferior  como  una

           guillotina. Tampoco notó que Jonesy se hubiera decidido a salir de su refugio.
               El señor Gray se metió por la ventana, aterrizó en el suelo de cemento frío y miró
           alrededor.

               Se hallaba en una habitación rectangular de unos diez metros de largo. Al fondo
           había una ventana que en días despejados debía, de ofrecer un panorama espectacular
           del embalse, pero que ahora estaba blanca, como si le hubieran colgado una sábana

           por  fuera.  Al  lado  de  la  ventana  había  una  especie  de  cubo  enorme  de  metal
           manchado  de  rojo.  No  era  byrus,  sino  un  óxido  que  Jonesy  identificaba  como

           «herrumbre». Supuso el señor Gray, sin estar del todo seguro, que servía para bajar
           hombres por la tubería en casos de emergencia.
               La tapadera de hierro, con más de un metro de diámetro, estaba en pleno centro
           de la habitación, bien encajada. El señor Gray vio el agujero cuadrado del borde e

           inspeccionó la estancia. En la pared había unas cuantas herramientas, entre ellas una
           que estaba rodeada por trozos de cristal de la ventana rota: una palanca. Caía dentro

           de lo posible que fuera la misma que había usado la rusa para los preparativos del
           suicidio.
               Por lo que dicen, pensó el señor Gray, para San Valentín los de Boston se beberán
           el byrum con el café del desayuno.

               Cogió la palanca, fue hacia el centro de la sala cojeando y con muchos dolores,
           precedido  por  la  nube  blanca  de  su  respiración,  e  introdujo  el  extremo  de  la

           herramienta, en forma de espátula, en la ranura de la tapadera.
               Encajaba a la perfección.






























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