Page 582 - El cazador de sueños
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unas cuantas vidas salvadas, pero ahora lo haría a su manera. Si no estaba saldada la
           deuda de la bandeja de los Rapeloew, no había más remedio que vivir con ese peso;
           mucho o poco, dependiendo de que Kurtz se saliera con la suya.

               Henry  dormía,  estaba  inconsciente  o  se  había  fusionado  con  su  amigo  en  una
           extraña  mezcla  mental.  Mejor.  Despierto,  quizá  protestara  contra  lo  que  había  que
           hacer, sobre todo si tenía razón en que su amigo aún estaba vivo y se escondía en la

           mente del extraterrestre al mando. En cambio Owen no tenía reparos… y, ahora que
           se  le  había  pasado  la  telepatía,  tampoco  oiría  a  Jonesy  pidiendo  que  no  le  matara
           (suponiendo que siguiera dentro). La Glock era buena arma, pero no del todo de fiar.

               La MP5 destrozaría el cuerpo de Gary Jones.
               Owen  cogió  una  y  se  metió  tres  cartucheras  de  reserva  en  los  bolsillos  de  la
           chaqueta. Kurtz ya estaba muy cerca, muchísimo. Se volvió para mirar East Street,

           temiendo presenciar la materialización de un fantasma marrón y verde (el segundo
           Humvee), pero de momento no aparecía. Gracias a Dios, habría dicho Kurtz.

               Las ventanillas del Humvee ya tenían una capa de hielo, pero, al pasar deprisa al
           lado  del  vehículo,  Owen  reconoció  las  siluetas  borrosas  de  los  dos  ocupantes  del
           asiento trasero. Seguían abrazados.
               —Adiós —dijo—. Que descanséis.

               Y, si tenían suerte, seguirían dormidos cuando llegaran Kurtz y Freddy y acabaran
           con sus vidas antes de emprender la persecución de su presa principal.

               Owen frenó de manera tan brusca que resbaló en la nieve, y asió la capota del
           Humvee para no caerse. Estaba claro que Duddits no sobreviviría, pero quizá fuera
           posible salvar a Henry Devlin. Posible, no más.
               ¡No!, protestó una parte de su cerebro mientras volvía hacia la puerta de atrás.

           ¡No, que no hay tiempo!
               Owen, sin embargo, decidió apostar (¿qué?, el mundo entero) a que sí. Quizá para

           pagar un poco más de lo que debía por la bandeja de los Rapeloew, o por lo del día de
           antes (los cuerpos grises desnudos alrededor de la nave accidentada, levantando los
           brazos como si se rindieran), o bien, lo más probable, sólo por Henry, que le había
           dicho que serían héroes, y había hecho magníficos esfuerzos por cumplir la promesa.

               ¿Simpatía por el diablo? Y un cuerno, pensó al abrir la puerta trasera.
               Tenía más cerca a Duddits. Le cogió por el cuello de la parka azul y la estiró.

           Duddits se quedó tumbado en el asiento y se le cayó el sombrero, dejando a la vista
           una calva reluciente. Henry, que seguía abrazándole los hombros, se le cayó encima.
           No abrió los ojos, pero gimió un poco. Owen se inclinó hacia él y le susurró al oído

           con mucha fuerza:
               —No te levantes. ¡Henry, no te levantes por nada del mundo!
               Owen retrocedió, dio un portazo y tres pasos hacia atrás, se apoyó la culata del

           fusil en la cadera y disparó una ráfaga. Las ventanas del Humvee se pusieron blancas,




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