Page 575 - El cazador de sueños
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pronunciadísimas. Jonesy lo miró fijamente. Había pensado que quería morirse, pero
           no de aquella manera ni en aquel despacho apestoso. Fuera, en una ocasión, habían
           hecho algo bueno, casi noble. Morirse dentro, observado con indiferencia y una capa

           de polvo por la mujer del tablón… le parecía una injusticia. Sin entrar en lo que se
           mereciese el resto del mundo, él, Gary Jones, de Brookline, Massachusetts (antes de
           Derry, Maine, y últimamente de Jefferson Tract), se merecía algo mejor.

               —¡Por  favor,  que  esto  no  me  lo  merezco!  —exclamó  a  la  telaraña  que  se
           balanceaba encima. Entonces sonó el teléfono en el escritorio medio desmontado.
               Jonesy  giró  sobre  sus  talones,  y  el  dolor  de  cadera,  brutal  y  con  muchas

           ramificaciones, le arrancó un gemido. Antes había llamado a Henry con el teléfono de
           su  despacho,  el  azul.  Ahora  el  de  la  superficie  quebrada  de  la  mesa  era  un  trasto
           negro  de  los  de  disco,  con  una  pegatina  donde  ponía  QUE  LA  FUERZA  TE

           ACOMPAÑE. Era el de su habitación de niño, el regalo de cumpleaños de sus padres.
           949-7784, el número donde había cargado la llamada a Duddits.

               Se abalanzó sobre el aparato olvidándose del dolor de cadera, y rezando por que
           no se desintegrase y se desconectase la línea antes de poder contestar.
               —¿Diga? ¡Diga!
               La vibración, las sacudidas del suelo le hacían balancearse. Ahora se movía todo

           el despacho como un barco en mala mar.
               Esperaba cualquier voz menos la de Roberta.

               —Un momento, doctor. Le paso una llamada.
               Un clic tan fuerte que le dolió la cabeza, seguido por nada, silencio. Jonesy gimió,
           pero, justo cuando iba a colgar, oyó otro clic.
               —Jonesy?

               Era Henry. Se le oía muy mal, pero seguro que era él.
               —¿Dónde estás? —bramó Jonesy—. ¡Henry, coño, que se me cae todo encima!

           ¡Y yo estoy igual, cayéndome a trozos!
               —Te llamo desde la tienda de Gosselin —dijo Henry—. Bueno, no. Tú tampoco
           estás  donde  estás.  Estamos  en  el  hospital  donde  te  ingresaron  después  de  que  te
           atropellaran… —Ruido en la línea, un zumbido. Después volvió a oírse la voz de

           Henry,  cada  vez  más  cercana  y  más  fuerte.  En  medio  de  aquella  desintegración,
           sonaba a salvavidas—. ¡…tampoco es donde estás!

               —¿Qué?
               —¡Jonesy, estamos dentro del atrapasueños! ¡Siempre hemos estado dentro, desde
           1978! ¡El atrapasueños es Duddits, pero se está muriendo! Todavía aguanta, pero no

           sé cuánto…
               Otro clic seguido por otro zumbido duro y eléctrico.
               —¡Henry! ¡Henry!

               —¡… salir! —La voz de Henry volvía a oírse mal, y tenía un tono desesperado—.




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