Page 91 - El cazador de sueños
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Hasta la curva no hubo problemas. Subieron a buen paso hasta media colina, y
entonces Pete se cayó al suelo gimiendo, diciendo palabrotas y cogiéndose la rodilla.
Reparando en la mirada de Henry, hizo un ruido peculiar, entre risa y gruñido.
—No te preocupes —dijo—, que o lo consigo o no me llamo Pete.
—¿Seguro?
—Seguro.
Para alarma de Henry (y una pizca de diversión, aquella oscura diversión que ya
no le abandonaba), Pete cerró los puños y empezó a darse golpes en la rodilla.
—Pete…
—¡Suelta, maricona! ¡Suelta! —exclamó Pete sin hacerle caso.
La mujer, mientras tanto, estaba caída de hombros, con el viento en la espalda y
las cintas naranjas del gorro flotando hacia adelante, silenciosa como una máquina
apagada.
—¿Pete?
—Ya estoy bien —dijo. Miró a Henry con ojos de cansancio… pero que tampoco
carecían de humor—. Qué tocada de cojones, ¿eh?
—Sí.
—No creo que pueda caminar hasta Derry, pero al refugio llegaré. —Tendió la
mano—. Ayúdame, jefe.
Henry cogió la mano de su viejo amigo y estiró. Pete se levantó con las piernas
rectas, como después de una reverencia, se quedó un rato quieto y dijo:
—Venga, que ya tengo ganas de que no me dé tanto aire. —Hizo una pausa y
añadió—: Deberíamos habernos llevado unas cervezas.
Llegaron al otro lado de la colina, donde hacía menos viento. Cuando iniciaron el
tramo recto de la base, Henry ya albergaba la esperanza de que en aquella fase no
tuvieran percances. A media recta, teniendo delante una forma que sólo podía ser el
refugio de leñadores, se cayó la mujer, primero de rodillas y luego de cara. Se quedó
un momento tumbada y con la cabeza de lado, respirando por la boca abierta como
única señal de vida (anda que no sería más fácil que se hubiera muerto, pensó Henry).
Después se puso de costado y soltó otro eructo, largo y sonoro.
—¡Será plasta la tía! —dijo Pete, no con tono de enfado, sino de cansancio. Miró
a Henry—. ¿Ahora qué?
Henry se arrodilló al lado de la mujer, le dijo con todas sus fuerzas que se
levantara, hizo chasquear los dedos, dio una palmada y contó varias veces hasta tres,
pero no le sirvió de nada.
—Quédate con ella, a ver si encuentro algo para llevarla.
—Que tengas suerte.
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