Page 91 - El cazador de sueños
P. 91

6




           Hasta  la  curva  no  hubo  problemas.  Subieron  a  buen  paso  hasta  media  colina,  y
           entonces Pete se cayó al suelo gimiendo, diciendo palabrotas y cogiéndose la rodilla.

           Reparando en la mirada de Henry, hizo un ruido peculiar, entre risa y gruñido.
               —No te preocupes —dijo—, que o lo consigo o no me llamo Pete.
               —¿Seguro?

               —Seguro.
               Para alarma de Henry (y una pizca de diversión, aquella oscura diversión que ya

           no le abandonaba), Pete cerró los puños y empezó a darse golpes en la rodilla.
               —Pete…
               —¡Suelta, maricona! ¡Suelta! —exclamó Pete sin hacerle caso.
               La mujer, mientras tanto, estaba caída de hombros, con el viento en la espalda y

           las cintas naranjas del gorro flotando hacia adelante, silenciosa como una máquina
           apagada.

               —¿Pete?
               —Ya estoy bien —dijo. Miró a Henry con ojos de cansancio… pero que tampoco
           carecían de humor—. Qué tocada de cojones, ¿eh?
               —Sí.

               —No creo que pueda caminar hasta Derry, pero al refugio llegaré. —Tendió la
           mano—. Ayúdame, jefe.

               Henry cogió la mano de su viejo amigo y estiró. Pete se levantó con las piernas
           rectas, como después de una reverencia, se quedó un rato quieto y dijo:
               —Venga, que ya tengo ganas de que no me dé tanto aire. —Hizo una pausa y
           añadió—: Deberíamos habernos llevado unas cervezas.

               Llegaron al otro lado de la colina, donde hacía menos viento. Cuando iniciaron el
           tramo recto de la base, Henry ya albergaba la esperanza de que en aquella fase no

           tuvieran percances. A media recta, teniendo delante una forma que sólo podía ser el
           refugio de leñadores, se cayó la mujer, primero de rodillas y luego de cara. Se quedó
           un momento tumbada y con la cabeza de lado, respirando por la boca abierta como

           única señal de vida (anda que no sería más fácil que se hubiera muerto, pensó Henry).
           Después se puso de costado y soltó otro eructo, largo y sonoro.
               —¡Será plasta la tía! —dijo Pete, no con tono de enfado, sino de cansancio. Miró

           a Henry—. ¿Ahora qué?
               Henry  se  arrodilló  al  lado  de  la  mujer,  le  dijo  con  todas  sus  fuerzas  que  se
           levantara, hizo chasquear los dedos, dio una palmada y contó varias veces hasta tres,

           pero no le sirvió de nada.
               —Quédate con ella, a ver si encuentro algo para llevarla.
               —Que tengas suerte.



                                         www.lectulandia.com - Página 91
   86   87   88   89   90   91   92   93   94   95   96