Page 86 - El cazador de sueños
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           Pete estaba sentado en la nieve, masajeándose de nuevo la rodilla y mirando a Henry
           en espera de que hiciera algo. Razones no le faltaban, porque dentro del grupo solía

           ser Henry el encargado de tener ideas. Entre los cuatro no había liderazgo, pero si
           alguien podía arrogárselo, desde la época de instituto, era Henry. Entretanto, la mujer
           volvía a tener la mirada perdida en la nieve.

               Relájate, se dijo Henry. Respira hondo y relájate.
               Respiró, contuvo el aliento y lo expulsó de nuevo. Mejor. Un poco mejor. A ver,

           ¿qué le pasaba a la mujer? No se trataba de saber de dónde había venido, qué hacía en
           el camino o por qué le olían los eructos a anticongelante. ¿Qué le pasaba justo en ese
           momento?
               Que había sufrido un shock, evidentemente. Un shock tan profundo que era como

           una modalidad de catatonía. Prueba de ello, que ni se hubiera inmutado al pasarle casi
           rozando el Scout. Sin embargo, no se había replegado tanto en sí misma como para

           que sólo pudiera hacerle reaccionar una inyección de estimulante. Había reaccionado
           al chasquido de los dedos de Henry, y había hablado. Había preguntado por un tal
           Rick.
               —Henry…

               —Calla.
               Henry volvió a quitarse los guantes, puso las manos delante de la cara de la mujer

           y dio una enérgica palmada. Le pareció un ruido muy débil en comparación con el
           soplo constante del viento en los árboles, pero la mujer volvió a pestañear.
               —¡Arriba!
               Henry le cogió las manos, donde llevaba guantes, y se alegró de que hiciera el

           movimiento reflejo de cerrarlas. Se inclinó hacia su cara y percibió el olor a éter.
           Oliendo así no se podía estar muy sana.

               —¡Arriba! ¡Venga, al mismo tiempo que yo! A la una, a las dos y a laaas… ¡tres!
               Se levantó sin soltarle las manos. Ella también se puso en pie con un crujir de
           rodillas y soltó otro eructo, acompañado de otro pedo. Con el movimiento se le ladeó

           el gorro, tapándole un ojo. Como no hacía ningún gesto para remediarlo, Henry dijo:
               —Ponle bien el gorro.
               —¿Eh?

               Pete también se había levantado, aunque no parecía en muy buen equilibrio.
               —No quiero soltarla. Ponle bien el gorro. Destápale el ojo.
               Pete alargó el brazo con cautela y arregló el gorro. La mujer se inclinó un poco,

           hizo una mueca y se tiró otro pedo.
               —Muchas  gracias  —dijo  Pete  con  acritud—.  Han  sido  un  público  magnífico.
           Buenas noches.



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