Page 82 - El cazador de sueños
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pocas veces en la vida.
Pete se levantó con la misma dificultad que su amigo. Henry estuvo a punto de
decir una gracia de las suyas, algo de que para tener la pierna rota caminaba bastante
bien, pero justo entonces Pete se derrumbó con un grito de dolor. Henry se acercó y le
palpó la pierna, que estaba estirada; parecía intacta, pero con dos capas de ropa era
difícil cerciorarse.
—No, no está rota —dijo Pete, aunque jadeaba de dolor—. Sólo se me ha
quedado atascada, como cuando jugaba a fútbol. ¡Será cabrona! ¿Y la tía? ¿Seguro
que es tía?
—Sí.
Pete se levantó y dio unos pasos delante del coche, sujetándose la rodilla. El faro
que se había quedado encendido seguía iluminando la nieve, impertérrito.
—Pues ¿sabes qué te digo? Que más le vale estar paralítica o ciega —dijo a
Henry—, porque si no le iré dando patadas en el culo hasta la tienda de Gosselin.
Henry sufrió otro ataque de risa. Lo había desencadenado la imagen mental de
Pete cojeando… y luego dando patadas.
—¡Oye, Peter, no te pases con ella! —exclamó, sospechando que cualquier asomo
de
severidad quedaría borrado por las carcajadas que encuadraban la advertencia.
—Sólo si se pone descarada —dijo Pete.
Las palabras, que llevó el viento hasta Henry, sonaban un poco a vieja ofendida, y
redoblaron sus risas. Se bajó los vaqueros y los calzoncillos largos y se quedó en slip
para ver si se había hecho mucho daño con la varilla del intermitente.
Era un corte superficial de unos siete centímetros en el interior del muslo. Había
sangrado copiosamente, y seguía supurando, pero Henry no creyó que fuera
profundo.
—¿De qué coño va? —le espetó Pete a la mujer desde el otro lado del Scout
volcado, cuyo limpiaparabrisas seguía marcando el ritmo. A pesar de que la diatriba
de Pete no andaba escasa de palabrotas (muchas de clara ascendencia beaveriana),
Henry siguió apreciándole maneras de maestra de la vieja guardia, lo cual alimentó
sus risas mientras se subía el pantalón.
»¿Qué leches hace en medio de la puta carretera, nevando así? ¿Está borracha?
¿No tiene nada en la cabeza? ¡Oiga, que le estoy hablando! Por su culpa casi nos
matamos mi colega y yo. Al menos podría… Pero… ¡Fóllame, Freddy!
Henry llegó al otro lado del Scout justo a tiempo para ver a Pete cayéndose al
lado de aquella especie de Buda. Debía de habérsele vuelto a atascar la pierna. Ella ni
siquiera le miró. Las cintas naranjas del gorro se le movían hacia atrás. Tenía la
cabeza levantada y, a pesar de que se le metían copos de nieve en los ojos,
fundiéndose con el calor de las lentes vivas, no pestañeaba. A pesar de los pesares,
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