Page 80 - El cazador de sueños
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Henry había hablado mucho con Jonesy sobre su accidente (más que hablado,
escuchado, puesto que su oficio consistía en escuchar creativamente), y sabía que su
amigo no guardaba recuerdos del impacto. No fue su caso. Él no tenía constancia de
haber perdido la lucidez después de volcar el Scout. Conservaba intacta, por lo tanto,
la cadena de los recuerdos. Se acordaba de haber buscado la hebilla con la mano, para
librarse de una puta vez del cinturón de seguridad, mientras Pete, cagándose en todo,
vociferaba que se había roto la pierna. Tenía presente el ruido rítmico del
limpiaparabrisas, y el resplandor de las luces del salpicadero, que ahora no estaban
abajo, sino arriba. Encontró el cierre del cinturón, lo perdió, volvió a encontrarlo y lo
apretó. Entonces se soltó la correa, y Henry cayó torpemente en el techo, rompiendo
la tapa de plástico de la lamparita.
Tanteó con la mano y encontró la manilla de la puerta, pero no pudo moverla.
—¡Mi pierna! ¡La madre que me parió! ¡Mi pierna!
—¡Calla, hombre —dijo Henry—, que no le ha pasado nada! Ni que lo supiera.
Volvió a encontrar la manilla y a estirarla sin ningún resultado. Entonces comprendió
el motivo: estaba al revés, y estiraba en el sentido equivocado. Lo intentó en
dirección contraria, con la bombilla desnuda de la lámpara del techo calentándole un
ojo, y se abrió la puerta con un clic. Henry la empujó con el dorso de la mano,
previendo que no serviría de nada; seguro que estaba abollada la plancha, y tendría
suerte con que cediera quince centímetros.
La puerta, sin embargo, chirrió, y de repente Henry notó que le caían copos de
nieve en la cara y el cuello. Empujó con más fuerza, aplicando el hombro, y sólo se
dio cuenta de que había tenido las piernas colgadas cuando se le soltaron del cambio
de marchas. Después de ejecutar media voltereta, se encontró con los ojos a pocos
centímetros de la entrepierna de sus pantalones vaqueros, como si se hubiera
propuesto darse un beso en los cojones, a fin de aliviar su intenso dolor. Se le dobló el
diafragma, y le costó respirar.
—¡Ayúdame, Henry, que estoy atascado! ¡Me cago en la leche!
—Espera.
Casi no reconoció su propia voz, de tan forzada y aguda. Ahora veía la parte del
muslo de sus pantalones, con una mancha cada vez más grande de sangre oscura. El
ruido del viento en los pinos parecía la aspiradora del mismísimo Dios.
Cogió la puerta con las dos manos, dando gracias por haberse dejado puestos los
guantes para conducir, y le infligió un tirón descomunal. Tenía que salir y desdoblarse
el diafragma, para poder respirar.
Al principio no pasó nada. Luego Henry salió del Scout como un corcho de una
botella y aterrizó en el suelo, jadeando y viendo caer una cortina de nieve como
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