Page 77 - El cazador de sueños
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¡Con  qué  facilidad  le  salían  las  palabras,  casi  como  si  tuvieran  alguna
           importancia!  Henry  hablaba,  su  acompañante  escuchaba  con  muda  admiración,  y
           nadie (Pete menos que nadie) podría haber sospechado que pensara en el disparo, la

           cuerda, el tubo de escape y las pastillas. La explicación era sencillísima: Henry tenía
           la cabeza llena de cintas grabadas, y el reproductor era su lengua.
               —En  Salem  —continuó—  se  combinaron  la  histeria  de  los  viejos  y  la  de  las

           chicas jóvenes, y voila: ya tienes explicados los juicios contra las brujas de Salem.
               —Vi  la  película  con  Jonesy  —dijo  Pete—.  Actuaba  Vincent  Price,  y  casi  me
           muero de miedo.

               —No me extraña —dijo Henry, echándose a reír. Al principio había sufrido el
           lapsus de creer que Pete se refería a El crisol—. Y ¿cuándo hay más posibilidades de
           que  la  gente  se  crea  ideas  histéricas?  Evidente:  después  de  la  cosecha,  cuando

           empieza  el  mal  tiempo.  Es  cuando  toca  contar  historias  y  meter  cizaña.  En
           Wenatchee, en el estado de Washington, son sectas satánicas y sacrificio de niños en

           el  bosque.  En  Salem  eran  brujas,  y  en  Jefferson  Tract,  cuna  del  incomparable
           colmado  de  Gosselin,  son  luces  raras  en  el  cielo,  cazadores  desaparecidos  y
           maniobras militares. Por no hablar de eso rojo que crece en los árboles.
               —Los helicópteros y los soldados, a saber, pero las luces las ha visto bastante

           gente para que en el pueblo hayan convocado una asamblea especial. Me lo ha dicho
           Gosselin  mientras  cogías  las  latas.  Lo  de  que  se  haya  perdido  gente  por  Kineo

           también es verdad. Eso no es histeria.
               —Sólo te digo cuatro cosas —contestó Henry—: primero, que en Jefferson Tract
           no  puede  haber  asambleas  porque  no  hay  pueblo.  Segundo,  que  la  reunión  será
           alrededor de la estufa de Gosselin, y la mitad de los que asistan se habrán puesto

           ciegos de aguardiente o carajillos.
               Pete rió entre dientes.

               —Tercero,  ¿qué  otras  diversiones  tienen?  El  cuarto  punto  es  referente  a  los
           cazadores:  lo  más  probable  es  que  se  cansaran  y  volvieran  a  casa,  o  que  se
           emborracharan todos a la vez y decidieran hacerse ricos en el casino.
               —¿Tú crees?

               Pete lo dijo con tristeza, y Henry experimentó un gran impulso de ternura. Alargó
           el brazo y dio una palmadita en la rodilla de su amigo.

               —No temas —dijo—, que el mundo está lleno de cosas raras.
               Pensó  que  en  ese  caso  no  tendría  tantas  ganas  de  abandonarlo,  pero  a  un
           psiquiatra, aparte de recetar Prozac y Paxil Ambien, lo que mejor se le daba era decir

           mentiras.
               —Pues a mí ya me parece muy raro que desaparezcan cuatro cazadores a la vez.
               —Qué va —dijo Henry, y rió—. Lo raro sería uno, o dos, pero cuatro… Te digo

           yo que se marcharon juntos de parranda.




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