Page 74 - El cazador de sueños
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           Con la mirada en la cortina de nieve, siguiendo los faros del Scout (que iba hacia
           Hole in the Wall como si Deep Cut Road, en vez de carretera, fuera un túnel), Henry

           se había puesto a pensar en las maneras de hacerlo.
               Estaba, por supuesto, la Solución Hemingway, que era como la había llamado en
           un trabajo de antes de licenciarse en la Wesleyan University: señal de que entonces

           quizá ya se la planteara de manera personal, no como simple trámite para sacarse una
           asignatura. La Solución Hemingway era una bala de escopeta, y ahora Henry tenía

           una.  Claro  que  esperaría  a  no  estar  con  sus  amigos.  Habría  sido  una  mala  pasada
           elegir como escenario Hole in the Wall, donde tantos buenos ratos habían compartido.
           Significaría corromper el campamento a ojos de Pete y Jonesy. Y de Beaver. Quizá el
           que más. No estaría bien. De lo que se daba cuenta era de que no tardaría. Era como

           sentir la proximidad de un estornudo. ¡Valiente idea, comparar el final de la vida a un
           estornudo! Pero en el fondo quizá se redujera a lo mismo. «¡Achús!», y a decirle hola

           a su amiga la oscuridad.
               La puesta en práctica de la Solución Hemingway requería quitarse un zapato y un
           calcetín. La culata se apoyaba en el suelo. El cañón se metía por la boca. El dedo
           gordo del pie se aplicaba al gatillo. Nota a mí mismo, pensó Henry, mientras la parte

           trasera del Scout derrapaba un poco con la nieve fresca y él corregía la desviación
           con ayuda de las rodadas (en el fondo la carretera se reducía a eso, a las rodadas que

           dejaban en verano los tractores de la madera): si lo haces así, tómate un laxante y
           espera a haber cagado por última vez. No hay necesidad de que se lo encuentren todo
           más guarro de lo inevitable.
               —¿Y si no corrieras tanto? —dijo Pete.

               Tenía una cerveza entre las piernas, y ya estaba medio vacía, pero con una no
           había  bastante  para  amodorrarle.  En  cambio,  con  tres  o  cuatro  más,  Henry  podría

           jugarse el cuello a cien por hora en aquella porquería de carretera y lo único que haría
           Pete sería quedarse tan tranquilo en el asiento del copiloto, acompañando con la voz
           un disco de Pink Floyd (¡joder, menudo bodrio!). Lo más probable, además, era que

           se pudiera acelerar hasta cien y, como máximo, abollar un poco más el parachoques.
           Ir  por  los  surcos  de  Deep  Cut  Road,  hasta  cubiertos  de  nieve,  era  como  conducir
           sobre raíles. Con más nieve quizá fuera otro cantar, pero de momento iba todo de

           perlas.
               —Tranquilo, Pete, que esto va como una seda.
               —¿Quieres una cerveza? —No, conduciendo no.

               —¿Ni aquí, en la quinta hostia?
               —Luego.
               Pete volvió a arrellanarse, dejando a Henry la tarea de rastrear los agujeros de los



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