Page 69 - El cazador de sueños
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es que para él estamos a domingo. Y no me creo que lleve diez días fuera.
Jonesy tampoco lo creía, pero ¿tres? Eso sí podía creérselo.
—Así se explicaría una cosa que me ha dicho —dijo Jonesy—. Me…
Crujió el suelo, y se sobresaltaron un poco los dos, mirando hacia el fondo de la
sala, hacia la puerta cerrada del dormitorio, pero no había nada que ver. Por lo demás,
en aquella cabaña siempre crujían el suelo y las paredes, aunque no hiciera mucho
viento. Se miraron un poco avergonzados.
—Sí, estoy nerviosillo —dijo Beaver, bien por haber leído la expresión de Jonesy,
bien por seguirle el pensamiento—. ¡Hombre, reconocerás que da un poco de repelús
eso de que de repente aparezca alguien saliendo del bosque!
—Sí.
—El pedo ha sonado como si tuviera algo metido en el culo, muñéndose por
inhalación de humo.
Beaver quedó un poco sorprendido por sus propias palabras, como siempre que
decía algo gracioso. Rompieron a reír los dos al mismo tiempo, sujetándose uno al
otro; reían con la boca abierta, profiriendo una especie de resuellos para que no los
oyera el pobre hombre, suponiendo que aún no durmiera. Jonesy fue quien tuvo
mayores dificultades en reprimir las carcajadas, porque anhelaba su efecto liberador.
Las risas contenidas tenían una especie de severidad histérica, y le hicieron doblarse
entre bufidos y jadeos, con lágrimas en los ojos.
Al final Beaver le cogió y le empujó por la puerta. Se quedaron fuera sin
chaqueta, con los pies en una capa de nieve que no dejaba de crecer. Por fin podían
reír a gusto, gracias a que el viento silenciaba sus expansiones.
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