Page 71 - El cazador de sueños
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miedo,  frío  y  hambre  (aunque  también  había  que  decir  que  no  tenía  aspecto  de
           haberse saltado muchas comidas) y, a pesar de todo, arrodillándose cada mañana al
           lado de un arroyo, partiendo el hielo con las botas para llegar al agua, sacándose su

           fiel Gillette de… ¿De dónde? ¿Del bolsillo de la chaqueta?
               —Hasta esta mañana, que es cuando ha perdido la maquinilla. Por eso tiene barba
           de un día —dijo Beaver.

               Volvía a sonreír, pero era una sonrisa sin mucha alegría.
               —Claro, al mismo tiempo que la escopeta. ¿Le has visto los dientes?
               Beaver hizo una mueca de «¿y ahora qué?».

               —Le faltan cuatro, dos de arriba y dos de abajo. Parece el chico que siempre sale
           en la portada de la revista Mad.
               —¿Y qué, tío? Hasta yo tengo un par de caídos en combate. —Beaver contrajo un

           lado de la boca, dejando a la vista la encía izquierda con una media mueca que a
           juicio de Jonesy podría haberse ahorrado—. ¿Lo fes? Aquí dechrás.

               Jonesy sacudió la cabeza. No era lo mismo.
               —No, Beav, que es abogado. Se gana la vida dando la cara, y en su caso faltan
           varios de delante. Ni siquiera sabía que se le hubieran caído. Pondría la mano en el
           fuego.

               —Entonces  ¿qué  quieres  decir,  que  ha  estado  expuesto  a  alguna  radiación?  —
           preguntó Beaver, nervioso—. Las radiaciones peligrosas hacen que se te caigan los

           dientes. Lo vi una vez en una peli de las que te encantan a ti, de las de monstruitos.
           Como no sea eso… Y la mancha roja sería de lo mismo.
               —Sí, seguro que está afectado de cuando explotó la central nuclear de Mars Hill
           —dijo Jonesy, pero se arrepintió del chiste al ver la cara de extrañeza de su amigo—.

           Me parece, Beav, que con las radiaciones nocivas también se te cae el pelo.
               Los rasgos de Beaver se relajaron.

               —Es verdad. El de la peli acababa igual de calvo que aquel tío que hacía de poli
           por la tele, Telly no sé qué. —Hizo una pausa—. Luego se muere. Digo el de la peli,
           ¿eh?, no el Telly de los huevos, aunque ahora que lo pienso…
               —Pues a éste, lo que es pelo no le falta —le interrumpió Jonesy.

               Como Beaver se saliera por la tangente, seguro que tardaban siglos en recuperar
           el hilo. Se fijó en que la presencia de McCarthy provocaba que ninguno de los dos le

           llamara por su nombre o su apellido, señal, quizá, de que el subconsciente les pedía
           convertirlo en un ser puramente genérico, como si así importara menos que… que…
               —Es verdad —dijo Beaver—. Tiene bastante, ¿no? Pelo, digo.

               —Seguro que tiene amnesia.
               —No te digo que no, pero se acuerda de quién es y de con quién iba. Oye, y
           cambiando de tema, vaya pedito, ¿eh? ¡Y qué pestazo! ¡Parecía éter!

               —Sí —dijo Jonesy—. A mime ha recordado el anticongelante para coches.




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