Page 14 - LA ODISEA
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así como si quisiera pronunciar una ‘o’ gigante y sonora mientras las babas gotean de tu boca a

             la barbilla y se concentran ahí como un pantano de saliva ante las risas de la bibliotecaria.     La
             bibliotecaria no tiene nombre, o al menos no se lo dice a nadie. Dicen los padres de los niños que
             es muy rara y que mejor no tener mucho trato con ella. Sin embargo su aspecto es agradable:
             tiene la piel tostada por el sol de mayo (el de junio quema) y algunas hebras grises que alternan

             en el oro pálido de su cabello. Una sonrisa perenne se dibuja en esa boca que solo cede un poco
             cuando alguien le cae rematadamente mal, pero aun así no deja de sonreír. Es como si le hubieran
             estirado los carrillos a la fuerza. Pero no mucha.
             La bibliotecaria te preguntará, con una media sonrisa pedante que indica que ya te ha calado

             desde que has  entrado, en  qué  puede ayudarte. Pero  tampoco aquí te  dejes engañar:  sabe
             perfectamente en qué puede ayudarte. Solo está siendo cortés. Si el niño, la niña, o el primate con
             cierto interés por los libros del que hablábamos al principio del libro, sabe lo que quiere y tiene
             prisa, la bibliotecaria responde: «Pues tú mismo». Eso le dijo a un mandril muy interesado en la

             física cuántica que no sabía qué autor explicaba mejor la sumatoria de trayectorias de Feynman
             («probablemente, Feynman», pensó la bibliotecaria). O a veces: «It´s up to you», si hablas en
             inglés, porque el pueblo de la Zarza Tostada es multicultural, multitostado y plurilingüe. O: «Allí
             en el tercer estante». Si es Diego Omar el que pregunta, como le divierte su acento, responde:

             «Qué bueno verte, che». Y Diego se pone colorado y  ríe, rascándose la cabeza. Si es Ali Bey
             el que ronda por sus dominios, la bibliotecaria deja que hable, porque sabe que le gusta que le
             escuchen, que piensen en sus cosas como si en el mundo no existiera mucho más. Y cualquiera
             que le oiga, lo pensaría, en serio.
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