Page 22 - LA ODISEA
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con furia, pero se le pasa pronto porque antes de estar divisando una ‘O’,  una brisa que acerca

             el olor de la sal y el calor de la playa, el recuerdo de los cuerpos tostados a la caricia del sol del
             mar Egeo ante la atenta mirada de unas gaviotas que dividen el horizonte con alas incontables,
             azota el rostro de Leah. Es una sensación que conoce muy bien, porque ha visitado mil veces al
             mar, que siempre la recibe con una sonrisa (siempre que no tire nada de basura a la playa; ojito

             con esto, Poseidón no tolera ciertas cosas).
                    Hoy no parece que el mar se alegre tanto de verla, o quizá ya estaba algo encrespado
             cuando ella apareció. El caso es que Leah hace esfuerzos para mantener el equilibrio en el suelo
             de un barco inundado por una cuarta de agua salada. Se cimbrea al ritmo de la cubierta de

             izquierda a derecha y tiene que hacer un esfuerzo para no vomitar. Leah se agarra como puede al
             pasamanos de la borda y se lleva la mano a la boca mientras se le hinchan los carrillos. La mano
             de un marinero se posa en el hombro de Leah, que reacciona furiosa, gritando:
                    —¡Oye, tú! ¡Que no te he invitado a comer nunca, eh!

                    El señor que le ha puesto la mano encima la mira con los ojos como platos. No todos los
             días se encuentra uno en el barco a una compatriota pequeñita del año 2016, hay que entenderlo.
             Además, Leah viste a la moda de ese año: pantalones vaqueros descoloridos porque molan
             más que si parecieran nuevos (aunque son nuevos), camiseta rebelde sin botones que lleva una

             señal de prohibido y dentro de ella un animal con la cara muy triste y zapatillas de deporte que
             combinan tonos fucsia y azul, un atuendo muy apropiado para una travesía marítima.
                    —¡¿Y tú quién eres?! ¿Te envía Poseidón crónida?
                    —No, señor. Me envía la bibliotecaria, esa  de las gafas que siempre está sonriendo. ¡Sí,
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